Cuando Franco vivía, casi todos los españoles éramos franquistas (entre otras cosas, porque los que no lo eran estaban fuera y la mayoría de los que estábamos dentro, ni siquiera sabíamos lo que era ser franquista). Maduramos con el tiempo y con el conocimiento. Con la Democracia evolucionamos y ya, con la perspectiva, comprendimos que no todo había sido bueno, porque no todo el mundo vivió de la misma forma ni tuvo las mismas oportunidades ante la Ley. Pero, como así sucedió, así hay que reconocerlo.
Sin embargo, existen fotografías por ahí de un montón de gente, con la mirada al frente, firme el ademán y desgañitando el Caralsol que, aunque con Franco vivieron de puta madre, después, se autoproclamaron socialistas y antifranquistas de toda la vida; sin darse cuenta que ese gesto los retrata más que sus fotografías,… porque lo malo que tienen los gestos, no sólo es que carecen de efectos prácticos, sino que retratan el grado de coherencia o incoherencia que poseemos como personas.
Ahora, por ejemplo, con todos los intereses que andan en juego y tantos frentes abiertos, estos gestos repletos de incoherencia, están sucediéndose por todas partes con una frecuencia alucinante; y, lo que es peor, están convirtiendo la Vida Pública española, en un verdadero esperpento. Desde el frente republicano que Podemos y compañía han abierto en el Ayuntamiento de Barcelona, contra una Ley de Régimen Local y una Monarquía Parlamentaria -que son, precisamente, los garantes que permiten que Podemos y sus socios puedan manifestarse, constituirse, votar, ser votados y acceder a cualquier Administración Pública-, a la decisión de algunas agrupaciones del PSOE de apoyar la independencia de algunos territorios del Estado, cuando se declaran Federalistas y, para colmo, presentan la Candidatura de su nuevo líder a la Presidencia del Gobierno, enarbolando todo el fondo del escenario con una inmensa bandera española. Retrátese usted para eso…
Digo yo que, visto lo visto, no es de extrañar que la alcaldesa de Madrid sueñe con quitarle su calle en la Capital del Reino, al gran escritor andaluz Muñoz Seca; a fin de cuentas –aunque la única excusa para su asesinato, fueron sus ideas católicas y monárquicas-, no hay que olvidarse de que Don Pedro, creó este invento de la astracanada; o, lo que es lo mismo: la incoherencia más flagrante, llevada al puro cachondeo.