.-El territorio ecijano conoció pronto la civilización desde los periodos Neo-eneolítico, con la cultura de los silos, y Neolítico, con la cerámica de barro rojo, siendo la principal muestra de su esplendor el ejemplar de vaso campaniforme llamado “de Écija”, encontrado en el término municipal. La Edad del Bronce está representada por la cultura argárica, de la que se han hallado vestigios en la Isla del Castillo, junto al río Genil. Las sepulturas de túmulo del Cortijo de la Motilla testimonian la presencia humana en la Primera Edad del Hierro hasta llegar a la civilización tartésica, que fundó el actual núcleo urbano en el Cerro del Picadero durante el siglo VIII a.C., con el nombre de Astigi, convirtiéndose en punto del comercio helénico y púnico en la Península Ibérica. El pueblo ibérico de los turdetanos dejó impronta de su presencia durante los siglos V y IV a.C. a través del friso de guerreros de la colección arqueológica de la parroquia de Santa María y de los toros del Museo Histórico Municipal.
Los romanos conquistaron la población el año 208 a.C. en las campañas de Escipión y Silano. Participó activamente en la guerra entre César y los hijos de Pompeyo, apoyando al primero en la batalla de Munda, por lo que fue engrandecida por el gobernante romano. Octavio Augusto, en el año 14 a.C., la transformó en Colonia Augusta Firma y le otorgó la capitalidad de un conventus iuridicus dentro de la provincia Bética, con jurisdicción sobre la mayor parte de Andalucía central y oriental. Fue una época de gran importancia económica, pues a las riquezas agrícolas se unieron las del comercio, sobre todo de aceite y cereales, a través del río Genil, con rumbo a Roma, donde se han encontrado cerámicas astigitanas en el monte Testaccio, y a otras partes del Imperio, como la Galia, Renania y Britania. Existían importantes edificios públicos en el foro y se han recuperado bellos mosaicos, estelas funerarias y miliarios de las vías de comunicación.
La dominación visigoda no alteró el relieve de la ciudad, que conservó su sede episcopal, en la que ya habían destacado San Crispín y San Probo, alcanzando su mayor notoriedad en el siglo VI y comienzos del VII, con San Fulgencio, hermano de San Leandro y San Isidoro de Sevilla. Los obispos astigitanos participaron en numerosos Concilios de Toledo, manteniéndose la sede hasta el siglo X, ya bajo dominio musulmán.
La invasión musulmana se produjo el año 711 con la batalla de la Fuente de los Cristianos, la más importante resistencia a las tropas africanas después de la del Guadalete, conservando la población una numerosa comunidad de mozárabes hasta el siglo X. Tuvo un destacado papel en los enfrentamientos entre yemeníes y muladíes y apoyó la revuelta de Umar ibn Hafsun contra Abd al Rahman III. Su nombre fue Medina Astiyya o Istiyya y estaba gobernada por un cadí. Durante el Califato de Córdoba fue cabecera de un distrito o cora, que, a la caída del mismo, dio origen a un efímero reino de taifa gobernado por una dinastía berberisca. Al Motadid la anexionó al reino de Sevilla en el siglo XI y, tras la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, perteneció a los dominios de Ibn Hud. Su economía se basó en esta época en la agricultura, en la que los musulmanes introdujeron el cultivo del algodón y expandieron el regadío, y la artesanía urbana, bases de un comercio regional.
La incorporación de Écija al reino de Castilla se produjo el 3 de mayo de 1240, cuando Fernando III entró en la ciudad. Alfonso X realizó el Repartimiento del núcleo urbano y su término en 1263 entre los pobladores cristianos y le concedió una feria comercial en 1274. Perteneciente al territorio de realengo, Juan I le concedió la asistencia a Cortes en 1386, Enrique III le otorgó el título de ciudad en 1402 y, desde el siglo XIV, se desarrollaron en ella importantes y numerosos gremios. En el siglo XV fue sede de la Capitanía Mayor de Andalucía mientras su territorio hizo frontera con el reino de Granada y cuartel general de los Reyes Católicos para la toma del mismo, en la que participó activamente con hombres y dinero, destacándose los linajes ecijanos en las acciones bélicas de Alhama, Zahara, Lucena, Loja, Coín, Baza y Granada, como ya lo habían hecho anteriormente en la batalla del Salado y el cerco de Algeciras, lo que le valió la concesión del fuero de Sevilla por parte de Pedro I.
Durante los siglos XVI y XVII, en los que se fueron poniendo las bases sociales y económicas que posibilitarán el posterior esplendor ecijano, sobresalieron varios personajes en distintos ámbitos: Jerónimo de Aguilar, acompañante de Hernán Cortés en la conquista de México, entre otros muchos que participaron en el descubrimiento y colonización de América; Garci Sánchez de Badajoz, destacado poeta del siglo XVI; y Luis Vélez de Guevara (1579-1644), autor de la novela “El Diablo Cojuelo” y de innumerables obras teatrales, entre las que citaremos el drama “Reinar después de morir”. La economía astigitana se benefició en estos siglos del comercio con el Nuevo Mundo, gracias a la proximidad del puerto de Sevilla. El rey Felipe IV concedió el título de Señoría al Cabildo de la ciudad.
Los títulos de “Muy Noble” y “Muy Leal”, que figuran en el escudo de Écija, fueron otorgados por Carlos I como recompensa por su fidelidad en la revuelta de los comuneros, si bien el segundo de ellos parece haberse usado en tiempos medievales. Los de “Constante, Leal y Fidelísima”, que también orlan el emblema heráldico, fueron concedidos por Felipe V en 1710, como reconocimiento a la permanencia al lado de la causa borbónica en la guerra de Sucesión frente a las pretensiones del archiduque Carlos de Austria.
El gran siglo ecijano fue el XVIII, en el que se produjo un gran desarrollo económico, social y artístico. La concentración de gran número de casas nobiliarias, con extensas propiedades, posibilitó la construcción de edificios notables, civiles y religiosos, y la realización de obras artísticas por parte de un floreciente y espléndido artesanado, del que llegaron a existir más de cuarenta gremios. Fue un siglo de economía en auge, sociedad desarrollada en todas sus clases y espiritualidad engrandecida que se plasmó en seis templos parroquiales y veintidós conventuales, además de capillas y hospitales.
La ciudad participó en la guerra de la Independencia con la presencia de dos batallones, el “Provincial de Écija” y el “Virgen del Valle”. Tras estos acontecimientos bélicos, se inició el declinar económico y social a causa del abandono de la población por parte de los linajes nobiliarios y la falta de una burguesía pujante que desarrollara una industrialización, quedando la economía estancada en las producciones agrícolas, que originaron una gran población de braceros, supeditados en su existencia a las tareas del campo. En el último cuarto del siglo XIX se instaló el ferrocarril, que completó las buenas comunicaciones de Écija, y se iniciaron obras de reforma y mejora urbanística, como adoquinado, acerado y alumbrado eléctrico de calles y trazado de nuevas vías, expandiéndose las construcciones por las zonas periféricas. Todavía hubo un destello de importancia en esta centuria con la concesión del tratamiento de Excelentísimo Ayuntamiento en tiempos del rey Alfonso XII.
Durante el siglo XX continuó la misma tónica en el vivir de Écija, produciéndose una gran crisis tras la Guerra Civil, que dio lugar a una fuerte emigración en los años 50 y 60, redujo notablemente la población y frenó el crecimiento. En junio de 1966 fue declarada Conjunto Histórico-Artístico, lo que creó el marco para la defensa de su riquísimo patrimonio. La situación negativa sufrió una inversión a partir de la década de los años 80, con una moderada recuperación económica y poblacional que sitúan el número de habitantes en 40.400 al concluir el año 2009.
José Enrique Caldero Bermudo
Cronista Oficial de la Ciudad de Écija