En la gestión de la Cosa Pública, hay dos clases de políticos: los que construyen y los que destruyen. Unos levantan puentes para el entendimiento y otros alzan muros para la exclusión. Se les conoce por sus frutos: los primeros cultivan el diálogo, el entendimiento; los segundos la discordia, la confrontación. Todos se mueven a la sombra del Poder; pero los unos para hacer uso de él y ponerlo al servicio de los ciudadanos; mientras que los otros, para ampararse y servirse de sus privilegios.
Los que sirven al Pueblo, construyendo, levantando puentes, fomentando el diálogo y el entendimiento, son personas que tienen la suficiente dignidad como para llegar cuando son necesarios y marcharse, sin más alboroto, cuando sienten que deben hacerlo. Los otros no: como gatos panza arriba se revuelven estos cafres que se sirven de sus influencias para medrar en la hucha y en el trato y aparentar una grandeza que no poseerán nunca (pues nunca será grande quien renuncia a la dignidad que se debe a sí mismo y se aficiona al victimismo y la egolatría).
Pero, además de los nombrados, están los títeres: esos que, como perrillos perdidos, mendigan y se conforman con las papucias de los que renunciaron a su dignidad, porque aún tienen menos dignidad que sus amos.
Como muestra, un botón: “Quim” Torra es uno de ellos. En Bruselas, Puigdemont, siendo tan poquita cosa, lo nombró sucesor-títere y, como tal, sin derecho a despacho oficial de Presidente, sin voluntad para elegir a los principales de su Gobierno y con la obligación de proclamar –aunque le cueste el disgusto de los jueces- que él sólo es un interino, un reserva de ocasión, el único capaz de prestarse a la pantomima; pero dejando bien claro que el verdadero Presidente sigue siendo Don Carles. Hará lo que le digan, votará lo que le manden, firmará lo que le pongan por delante y será el vocero del huido. ¿Quién puede dudar que es un títere? ¿Quién puede negar que es un perrillo faldero mendigando las migajas de un cargo que no se merece?
Pero no debemos descuidarnos ni llamarnos a engaño. Este títere será un esperpento para la Razón, pero es un peligro para la convivencia. A fin de cuentas, de lo que se trata es de ser el Presidente de todos los catalanes, el garante de la convivencia en paz de todos y cada uno de los ciudadanos. Sin embargo, Joaquín “Quim” Torra Pla, es un abogado y escritor que, como miembro de ANC y Omnium Cultural, pasó por ser uno de esos “pseudohistoriadores” que afirman barbaridades como que existió el reino de Cataluña, que el catalán es el Pueblo más antiguo de Europa, que la Guerra de Sucesión fue por la Secesión de Cataluña o que Cristóbal Colón nació en el Penedés
Cuando, en 2009, hizo su entrada en “Reagrupament”, lo hizo afirmando que “ya no es más catalanismo de derechas o de izquierdas, ni liberalismo o socialdemocracia, ni tan siquiera democracia cristiana o socialismo, hoy la batalla es unionismo o independentismo”. Es decir, que todo lo demás, le da absolutamente igual. Todo lo demás es malo, todo lo demás no sirve: o se es una cosa u otra;… y, si profundizamos un poquito más y consideramos el criterio expresado sobre él, por personas que lo conocen de cerca, resultan coincidentes en algunos aspectos verdaderamente preocupantes.
Así, autores nada sospechosos, como Guillem Martínez (guionista de TV3 de Cataluña y simpatizante de Barcelona en Comú) lo describió en 2018 como un esencialista y supremacista; mientras que Albert Sáez (Vicerrector de la Universidad Ramón Llull y miembro de ERC) lo describió, en cierta ocasión, como esencialista e intransigente. Por su parte, Jaume Reixach (uno de los periodistas catalanes de mayor prestigio) lo identifica con un independentismo de matriz étnica.
Para rematar el retrato del susodicho “Quim” (realmente le pusieron un apelativo de títere que ni “pintao”), él mismo se confiesa gran admirador de Jordi Pujol y su clan y, también, del fundador de “Nosaltres Sols”, Daniel Cardona, organización adepta a doctrinas racialistas y de supremacía étnica.
Lo dicho: este Quim Torra es un títere envenenado que, de ser investido mañana Presidente de la Generalidad, debería encontrarse -en defensa de la convivencia democrática de todos los ciudadanos catalanes y españoles, y como medida profiláctica de nuestro Estado de Derecho- un pedazo de Artículo 155, “gripaito” de puro espanto, ocupando, de parte a parte, todas las Ramblas de Barcelona.