Hay en mi pueblo una plaza
que aquí llamamos SALÓN,
que se ha convertido en guasa
del que por allí se pasa
por todo lo que pasó.
Antes era pura joya
de elegancia y de blasón:
coqueta, hidalga, señora,
quedaba en el corazón
de todo el que la miraba
o antaño la paseó
(los poyetes, los naranjos,
esas palmeras al Sol,
a la sombra soportales
que guardaban del calor
con encajes de ladrillos,
con arcos de relumbrón)…
¡Ay, cuantas cosas bonitas
tenía nuestro Salón!
Más llegaron los proyectos
de la gente sin pudor
y dieron a Félix Pozo
el encargo de un horror
(«¿Tú pusiste?… ¡Pues yo quito!…
¿No pusiste?… ¡Pongo yo!..»)
… y así se fueron cargando
lo que el pueblo construyó
a través de tantos años
y con tanto corazón.
Con su palangana en medio,
chiquillos con el balón,
la gente comiendo pipas,
rejillas a mogollón,
dos ninfas haciendo charcos,
palmerillas al montón
y cuatro piedras de bancos
sin un ton y sin un son,
tiene heridas que no curan
el lugar que fue pendón
y Salón de nuestra casa,
orgullo de este rincón
de la ancha Andalucía
donde nadie conoció
un ejemplo tan de gusto,
de elegancia y de blasón
Más, después de tantas luchas
de esa gente sin razón,
que no sirvieron al pueblo
que en su día los votó,
no ha quedado ni un recuerdo,
sólo la desilusión
de un lugar que era una joya
y hoy, con tanto mogollón,
más parece un mal trastero
o una plaza del montón.