Ha pasado la Semana Santa. Hubo quien aprovechó estos días para huir al mar o a la montaña; otros, para visitar a familiares, amigos y lugares de la infancia; una gran mayoría, para disfrutar de procesiones y actos semanasanteros, tan distintos en la estética, como pueden ser los de Lorca y Écija o los de Zamora y Sevilla… y, tras estos siete días y los hechos acontecidos -a raíz, directa o indirectamente de su celebración-, deberíamos concluir una serie de premisas derivadas de ellos:
La primera, es que España –se quiera aceptar o no se quiera y pese a quien pese- sigue siendo, radicalmente, cristiana y católica.
La segunda es que, aunque mucha gente no sea practicante del catolicismo, al final todo el mundo se beneficia de los actos realizados por los que sí lo son (aparte, por supuesto, de no renunciar a los beneficios de sus festividades por mucho que se las critique)
En estos días las arcas de los Ayuntamientos, las Comunidades y el Estado, ingresan muchísimo más que en otras fechas del año; se multiplican los puestos de trabajo y se incrementa significativamente el movimiento del dinero en todos los puntos de la geografía española.
Pero no sólo es eso: independientemente de lo que se potencia el Sector Turístico nacional y extranjero, de Sol y playa o de interior; estos días sirven para poner en valor y conservar el Patrimonio Artístico-Monumental más importante de TODOS los españoles y que, a la postre, constituyen el principio, el fin y el motor de todos estos logros.
Más, no para aquí la cosa: todo este Patrimonio, toda esta puesta en valor, la realizan y la mantienen casi en su totalidad, con sus propios recursos (en tiempo, trabajo y dinero), aquellos que –peyorativamente- los detractores que no mueven un dedo, llaman “capillitas”, “meapilas” e, incluso, “fachas”.
Creo que es una realidad que todos tenemos claro y hemos podido comprobar estos días: este patrimonio está magníficamente gestionado y rinde muchísimo al Estado. Pues bien, a pesar de eso y para colmo del disparate, hay algunos que no se dan cuenta (esos pocos que, precisamente, son los que no aportan nada ni quieren aportar) y claman, enrabietados, para que pase a poder de los gestores del pueblo, es decir, los presuntos comemariscos, comesaldos, comeollas y comecocos.
¿Saben lo que les digo?, que yo lo siento por ellos pero, para mí, tengo claro -por mucho que se empeñen estos mentecatos-, que este patrimonio radical seguirá tal cual, digan lo que digan los que nada mueven ni construyen o se empeñen en reventarlo, sembrando el pánico, cuatro gilipollas desnortados, haciendo de espantamultitudes.
Visto lo que yo he visto, si parte de la llamada “mayoría silenciosa”, es ésta que pululaba por las calles disfrutando de las procesiones e interviniendo en ellas, apañados van los que atacan a la Iglesia. Si, además, los podemitas y comunistas que he visto alumbrando en las procesiones y llevando pasos como costaleros, son sólo una centésima parte de las bases que han votado a Podemos-IU, una de dos: o no se han enterado de qué va la cosa… o. cuando se enteren, a ver donde se meten.
Sea como sea, lo que me ha quedado claro son tres cosas:
La primera, que la Iglesia católica no son sólo un montón de malos curas, sino que hay mucha Iglesia.
La segunda, que los españoles tenemos la fea costumbre de practicar la ira, el agravio, la envidia y, casi todo, fruto de la ignorancia.
Pero, sobre todo, tengo clarísimo, la Fe que mueve a los cristianos de verdad, a los cofrades auténticos… y que los legionarios van a seguir yendo a Málaga por primavera, para sacar a su Cristo, a pecho descubierto mientras le declaran su amor incondicional a la Canina (y que los revientaprocesiones tengan cuidadín con las bromas, porque un solo legionario tiene más reaños que todas las huestes de antisistemas juntas y, encima, cabreao, puede ser peor que un yihadista sin bozal).
… ¡Para lo que da una semana de capirotes!