Mi amigo Genaro Chic me remite un magnífico artículo sobre Cela y “el Cipote de Archidona”, con el que he disfrutado de lo lindo. Como todos recordarán, se trató de un hecho real que ocurrió en un cine de aquella población, en el que una novia se animó tanto en el tejemaneje del manubrio de su novio, que regó cinco filas de espectadores, llegando el asunto al Juzgado de Guardia. El bueno de Don Camilo que, con su sabia ironía, se hizo eco del suceso, calificó al novio protagonista de la historia como “honra y prez de la patria y espejo de patriotas” Posteriormente y, en una respuesta a Alfonso Canales, nuestro Premio Nobel remataría con una frase antológica:”… ¡Viva España! ¡Cuán grandes son los países en los que los carajos son procesados por causa de siniestro!”… La cosa suena como muy machista, pero –por desgracia- Don Camilo sabía lo que se decía y es lo que hay.
En mis últimos artículos de ciberecija hablaba de la España Histriónica gestada desde la envidia, el sectarismo y los complejos, pero vistos los últimos acontecimientos patrios creo que, más que histriónica, debería haberla calificado como Histérica.
Creo increíble la cantidad de absurdos que hemos oído y presenciado durante estos días en torno al Ébola (más absurdos, aún, mientras más entras a considerarlos).
Creo que si un virus tuviera conciencia del daño que produce, éste -con toda su morbilidad- jamás lo sería del estrago que ha producido en la conciencia de estos sempiternos embestidores de lo contrario (especie de homo horríbilis, originario de la más íntima y oscura Hispania de nuestras entretelas) Con tal de dar por saco, cualquier cosa vale. Hay veces, incluso, que se monta un pitote defendiendo una cosa y, cuando se soluciona, se monta otro para defender lo contrario. Todo sea por joder al de enfrente.
Primero, abogamos por la solidaridad con los pueblos del Tercer Mundo. Cuando gente heroica va a socorrer a ese inframundo; los mismos que abogaban por ello, critican que se les haya repatriado para intentar salvarlos de la enfermedad que allí –solidariamente- han ido a combatir (no importa que fueran las pautas recomendadas por la ONU o que la única oportunidad de sobrevivir la tuviera en su país, sea como sea, hay quien pide hasta el fusilamiento de la ministra de Sanidad por haber intentado salvar del infierno a quienes van al infierno para aliviar a los condenados).
Pero si esto fuera poco, cuando se te ocurre razonarles, te sueltan categóricos: “¡pues que no hubieran ido!… ¡que nos van a contagiar a todos!”.
Sin embargo, yo creo que –en el fondo- no es el miedo al contagio lo que los mueve, sino ese sectarismo ignorante al que nos referíamos porque, acto seguido, se plantan ante la puerta de una casa para llamar asesinos a los que –precisamente para prevenir nuevos contagios- acuden a sacrificar a un perro, potencialmente peligroso y más que probablemente infectado.
Clamar contra la repatriación de un hombre solidario y pedir cuentas por intentar salvarle la vida; a la vez que gritarle “asesinos”, a funcionarios –que también se exponen por el bien de todos- precisamente para desarrollar las medidas lógicas que puedan evitar los contagios, es la razón de la sinrazón de Feliciano de Silva, que recogía Cervantes en Don Quijote (y que es la misma a la que me refiero, generada por el sectarismo, la envidia y los complejos) y que, a la postre, hace a esta España nuestra, más histérica que histriónica.
Si toda la energía que gastamos en chillar contra el contrario y remar para el lado contrario, la empleáramos en arrimar el hombro, quizá otro gallo nos cantaría… aunque, posiblemente, entonces, este invento no se llamaría España y nuestra grandeza no se mediría sólo por los tristísimos siniestros de nuestros carajotes.
Francisco Fernández-Pro