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    Francisco Fernández-Pro: Letras breves… El mal estilo

    Tras veinte años de vida pública, aprendí lo que ahora resulta una obviedad: en Política hay quien sabe estar y quiere servir y quien sólo pretende servirse a sí mismo; pero el tiempo (¡qué sabiduría la del tiempo!) siempre acaba poniendo a cada cual en su sitio.

    El que llega a servir sabe perfectamente cómo marcharse: en silencio, con la cabeza alta y con las manos limpias. Primero, porque esta es la única forma de irse para quien no tiene nada que perder (porque nada quiere) o para el que siente que, yéndose, no pierde nada (porque nada pretende, ni le retiene); y, segundo porque, llegada la hora, también es una buena forma de servir al Pueblo, coger los bártulos (los propios, nada más) y saber marcharse con estilo.

    El estilo es tan importante en la Política como en la vida. Los portazos, los berridos, las excusas increíbles, el cruce de tiroteos y los amagos inverosímiles por quedarse pegado a un sillón, son propios de currinches zampabollos y pícaros alborotadores que, con sus rabietas, evidencian el poco aprecio que le tienen a su propia dignidad y al prestigio de la Institución que deben servir. Además, de paso, aferrándose a situaciones insostenibles para mantenerse en los privilegios del cargo, sólo provocan en el ciudadano la desconfianza hacia las estructuras y normas democráticas, y su animadversión hacia quienes los representan.

    Todo se resume, pues, en estas dos cuestiones: estilo y privilegios. El estilo nos permite mantener la compostura con privilegios o sin ellos, cuando los ganamos o cuando los perdemos; y esto es así porque el estilo nace de la autoestima, que no es sino una convicción: el conocimiento y el respeto por lo que cada uno es, por lo que representa e, incluso, por las limitaciones que posee.

    Creo que aquí radica el problema que padecemos: hay demasiada gente en la Política –y en todas las instituciones públicas- con una falta de estilo espantosa. Son los que se creen mejores y con más derechos que los demás, los que no son conscientes de lo que representan, los que no reconocen sus limitaciones o, simplemente, los que se empeñan en mantener sus privilegios contra viento, contra marea y contra la propia dignidad que se les exige -y no tienen- para representar a una Institución o a un Pueblo que, manipulado, se cabrea cuando yerra con su voto (que, al fin y al cabo -y no nos equivoquemos-, si hacemos la autocrítica sincera que deberíamos hacer, no sólo los políticos deben asumir las responsabilidades de sus actos, sino que también los que somos votantes,, deberíamos acoquinar con las consecuencias de nuestros votos)

    Por eso pienso que lo que, últimamente está pasando en nuestro País, sólo es consecuencia de este mal que tenemos enquistado desde hace siglos: el de un montón de arribistas con mal estilo, que llegan a la Vida Pública o a la Política para buscarse la vida o el prestigio que no poseen y a los que la mayoría del Pueblo no sabemos calibrar, cuando –quizá- sólo nos bastaría con fijarnos un poco más en lo que dicen y en lo que hacen… Es decir: en el estilo.

    Francisco Fernández-Pro

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