–¡Cómo cambia la vida! Vecina de las ondas no hace más de 30 años era una jovenzuela que me paseaba por la calle “nueva” del brazo del entonces mi novio, hoy mi marido. Indicó limpiando mimosamente su flor de pascua.
–Estimada vecina del quinto estas fechas son así, con momentos de recuerdos maravillosos y tristes que por una u otra causa siempre hace enjugarnos los ojos .Dije, pensando que aquella conversación sería una más.
–Pues sabe una cosa hoy, yo su vecina del quinto, (retintín) en recuerdo de todo lo que vivieron a mí alrededor y lo que viví seré quien le dé la perorata haciendo apología sobre la Navidad. Me dijo con tono firme.
No sé ustedes, pero cuando yo era una colegiala atolondrada la vida era de otra manera. Claro que han pasado 50 años pero he de decir que no necesitaba más de lo que la vida en aquel momento me pudiera dar. O quizás porque desconocíamos los de mí generación los cambios que posteriormente vendrían. Por ejemplo no me hacía falta quedar con mis amigos en la puerta del cine Cabrera o San Juan o en el Imperial o Cervantes (en las cálidas noches de verano) sin necesidad de llamarlas cada dos minutos para preguntarles si ya están ahí, si ya llegaron los otros chicos o si hay mucho viento o mucho calor. Claro que ni pensaba que tendría móvil.
En el colegio de Doña Pepita si me olvidaba la separata con la tarea, no había más remedio que ir a casa de alguien a copiar a mano todo, con tiza que ya les digo. Y hoy todo se hace presionando con un dedo la pantalla táctil.
La radio que había era un lujo, porque el susodicho aparato ni siquiera estaba al alcance de todos y de la televisión ni te cuento, con un canal y “apañaos” íbamos. Era todo distinto, era todo novedad, era todo ilusionante…Recuerdo mi primer cassette, que estrés, ¡pero del bueno!, aquello un no parar de retroceder y adelantar la cinta. Y lo de hablar por teléfono solo lo podía hacer con una persona a la vez. Ahora con el watsapp, puedes hablar a la vez con todo el que quieras, mantener varias conversaciones, ¡y yo que sé! a veces mando la foto del cocido que estoy haciendo a mis amigas y la verdad es que no sé porque, luego pienso que le importa al mundo lo que esté cocinando, pero en fin son las nuevas “modernidades” que se han hecho conmigo.
¡Ahora! reivindico la postal navideña. Por favor, la necesito. Ese cartero con sus cartas. Esas felicitaciones, cada vez menos, escritas a mano… ¡como han cambiado las cosas!, Madre del Amor Hermoso.
En mis años mozos hacíamos la “pestiñá” y se bebía aguardiente, ya está “na” más. Y feliz como una perdiz. No había más que mucha familia, compartir lo que se tuviera y cantar lo que se supiera y con eso nos bastaba. Un brasero lleno de picón con su criado para encenderlo. ¡El criaó, el criaó…! se vendían por la calle. Aquellas antiguas latas de mortadela, de tamaño grande, con sus piquitos por debajo…que tiempos!
Y claro en la Nochebuena bacalao y habichuelas el que se lo podía permitir, sino pues nada con lo que hubiera en la mesa se apañaba una. Una noche muy distinta a la de hoy en la que nos preocupamos tanto por el besugo, el cordero, la piña…
-Cerezas, vecina, ahora se llevan las cerezas en la mesa el día de Nochebuena. Dije sin afán de cortar su disertación.
-¡Como sabía que no iba a estar cinco minutos callada! Me espetó en medio de su verborrea habitual.
Me he adaptado con los tiempos, a los tiempos nuevos, no sé si me gustan más pero si añoro mucha de la inocencia y felicidad de antes y sobre todo el sentido de la familia que tiene mi Navidad.
Hoy me marcho (mi vecina del quinto) con un sentimiento de paz que hacía tiempo no recordaba. Atesoro en mí mente recuerdos como sí los tuviera en un cofre con mucho valor. Quizás sea así, al fin y al cabo de lo que realmente en la vida somos dueños es de nuestros sueños, de nuestros pensamientos y sobre todo de nuestros recuerdos.
-¡Feliz Navidad, vecina, Feliz Navidad!
La Vecina del quinto de María del Valle Pardal-Castilla