La ciudad de Écija, como otras muchas ciudades, tiene en su historia fechas de amargo recuerdo: terremotos, inundaciones, sequías. Pero ninguna más desoladora que la realidad de una enfermedad mortal que siega las vidas inexorable y masivamente, sin humana posibilidad de curación como eran las plagas. Al dolor familiar se suceden esfuerzos sobrehumanos por la supervivencia, ruina moral y material.
Una corbeta llamada Delfín, anclaba el 6 de julio del 1800 en el puerto de Cádiz que estaba recién salida de los astilleros de Baltimore vendida en la Habana a una casa comercial española. Durante la travesía, tres pasajeros habían fallecido de una enfermedad epidémica: la fiebre amarilla. Este terrible mal, desconocido en Europa, se propagó rápidamente por Cádiz y la costa atlántica, alcanzando en breves días las risueñas orillas del Guadalquivir (1).
Écija no escapó al azote de esta enfermedad en los albores del siglo XIX. Situada en una encrucijada de caminos, bañada por el Genil y por numerosos arroyos, con unos veranos prolongados y calurosos, ofrecía unas condiciones propias para el desarrollo de la epidemia. El año 1800 fue estéril: las copiosas lluvias del invierno y el desbordamiento del Genil a finales de enero arruinaron la cosecha. El día 2 de septiembre el Marqués de Quintana de las Torres, alcalde honorífico, comunicó en cabildo el notorio contagio que padecían Cádiz y Sevilla, así como la necesidad de adoptar unas primeras medidas higiénico-sanitarias. En virtud de la proposición del Marqués de Quintana se crearon enfermerías y lazaretos en algunos caseríos y ermitas distantes de la ciudad; acordonaron éstas poniendo guardas para evitar la entrada a los forasteros y asimismo acordaron “que todos los viajeros que vinieren de aquella carrera, entrasen por los alrededores del pueblo, haciendo en sus extremos la corta parada más indispensable y no parasen tiempo alguno más que aquel indispensable, sin que por eso se negase la hospitalidad a aquellos que no pudiesen caminar…” también se coloquen bandos “ordenando el aseo de las calles, prohibiendo que los vecinos y pasajeros echen excrementos, perros, gatos y otros animales muertos, pues todos estos fetóres, infestan los aires y propagan aún más el contagio, debiendo entenderse esta providencia, para todos los vecinos de la Plaza Mayor, que vacían los vasos comunes por los balcones de ella, luego que dan las once de la noche…” (2).
Ante el fracaso del médico, actúa el sacerdote. Misiones, rogativas, novenas, quinarios y procesiones. Sobradamente conocido es el sentimiento teúrgico de que estaba impregnada la mentalidad del hombre en estos tiempos, para quien la enfermedad era enviada por Dios como castigo a sus inmoralidades. Y, por supuesto, si Dios enviaba la enfermedad también concedía la salud. En los momentos de máxima aflicción o alegría, Écija acudía a su Patrona. Considerada tradicionalmente como especial intercesora ante Dios, se convirtió en el centro de las rogativas y funciones de acción de gracias organizadas en la ciudad con motivo de las epidemias de fiebre amarilla (3) .
A instancia de varios ecijanos el cabildo acordó trasladar la imagen en procesión solemne a la iglesia Parroquia de San Gil. A tal efecto, el día 1 de octubre de 1800 se constituye en el Monasterio de Religiosos de la Sagrada Orden de San Gerónimo, previo requerimiento, el escribano de Écija José Payba Saravia, a fin de redactar la oportuna escritura (4). En el referido documento se hace constar “que estando en el Monasterio de Religiosos de la Sagrada Orden de San Gerónimo, titular de Nuestra Señora del Valle, extramuros de la ciudad de Écija y en la celda Prioral, ante mí el escribano de su cabildo y Ayuntamiento y testigos que se expresaran se juntaron y convocaron a toque de campana con respecto a su instituto y costumbre, el M.R.C. P. don Juan José Calatrava, actual prelado y los RR.PP. Sr. Diego de Córdoba, Sr. Don Rafael de Miguel, Sr. Luis de la Trinidad, Sr. Andrés de Montachez, Sr. Antonio del Valle, Sr. Juan Galindo, Fray Pedro de San Gerónimo Sr. Antonio de San José Ortega y Fray Alonso de Pareja, todos religiosos, presbíteros y monjes del referido Monasterio, y que se componen su comunidad “.
La Comunidad prestó su consentimiento para hacer entrega de la soberana imagen para el fin que queda expuesto, “y otorgan y prestan solemne jurado por Dios nuestro Señor su Divino y Santo Evangelio según fuero y forma, y desde luego se obligan a sacar de este monasterio en la tarde del día de mañana dos del corriente año, si no hay impedimento por razón de lluvia, la soberanas imagen de María Santísima, con el título del Valle su patrona, trasladando a S.M. en procesión general a la otra Iglesia Parroquial de San Gil y colocar y tener en ella con la mayor decencia, culto y veneración como se había practicado en otras ocasiones los días que se tributen rogativas y santidades a las que precisamente han de asistir los señores diputados para que por intersección se experimente la preservación al referido vecindario de esta epidemia. Y el último día, estos señores diputados contraen igual obligación a restituir y traer a la misma soberna Imagen a este Monasterio con igual procesión general decencia y culto debido” (5).
La comunidad religiosa prestó su consentimiento al traslado de la Virgen del Valle, pero además de solicitar de las autoridades locales la mayor decencia y fervor en el traslado, impone fuertes condiciones, que van más allá de exigir esa debida decencia y fervor, pues obliga al cabildo ecijano a garantizar la restitución de la Imagen al Monasterio, tan pronto concluyan los actos y, se pactó expresamente, lo siguiente: “A cuya firmeza y cumplimiento sujetaron los bienes propios y rentas de esta M.N. ciudad presentes y futuros y dan el competente y poder a la Justicia y Jueces S.M. a cuyo fuero y jurisdicción se someten y renunciando a todas las leyes fueros y privilegios.
En prueba de conformidad firmaron la escritura de recibo de la imagen del Valle, el dia 1 de octubre de 1800, siendo testigos Francisco Castro, Francisco Antonio Castro, Francisco Gómez y José Coello, vecinos de esta ciudad.
- HERMOSILLA MOLINA, Antonio. Epidemia de fiebre amarilla en Sevilla en el año 1800. Sevilla 1978
- OSTOSY OSTOS, Manuel ¡¡alfajores de Écija!!. Sevilla. 1909. Págs. 292-203.
- MARTIN OJEDA, Marina, Epidemias de fiebre amarilla en Écija. Años 1800 y 1804. . Écija en la Edad Contemporánea. Actas del V. Congreso de Historia. Excmo. Ayuntamiento de Écija. 2000.
- MÉNDEZ VARO, Juan. Amigos.Hermandad del Resucitado. 1993. Págs. 154-155
- Archivo Notarial del Distrito de Écija. Notaría de José Payba Sarabia. 1800.