No somos más tontos porque no nos entrenamos. Parece mentira que sigamos con la guerra de los sexos y los géneros. En vez de vivir en paz los unos con los otros y tratarnos como seres humanos normales, hay quien se empeña continuamente en encontrar agravios entre aparatos genitales, estrógenos y testosteronas, en fomentarlos e, incluso en inventárselos de forma inverosímil.
Primero, el patriarcado se confundió con su consecuencia, el machismo; después, el machismo se confundió con la violencia criminal; y, por otro lado, el feminismo, tomó distancias de lo femenino, de forma que acabó convirtiéndose en hembrismo.
Del feminismo, que –con toda razón- intentaba vindicar los derechos legítimos de la mujer que nunca había tenido, el Hembrismo ha pasado, en muchísimas ocasiones, a exigir que prevalezcan los derechos de las mujeres sobre los de los varones, sin darse cuenta de que -en este deseo de invertir los roles ancestrales- no sólo ataca al varón casi por sistema, sino que presiona para que los políticos más cagones legislen normas que incluso atentan contra nuestro propio Estado de Derecho.
Pero esto de los agravios hormonales ha llegado a tal dislate que, hace un par de días, se ha denunciando a un autobús por omitir a los transexuales. Pero es que, puestos ya en la senda, hay que reconocer que también tienen sus razones; así que ahora. los ignorantes de turno que andan todo el día con el “ellos y ellas” en la boca y el “vosotros y vosotras” –por pura coherencia antisegregacionista- van a tener que cambiar esa coletilla ya tan manida, por la de: “ellos, ellas y los otros”; o “vosotros, vosotras y los demás”… y es que está visto: cuando se toman ciertos caminos, sólo se puede hacer parada en la venta de la estupidez superlativa.
Digan lo que digan y –aunque me llamen como les venga en ganas-, sigo pensando que todo esto surgió de algo necesario (la lucha por los derechos de la mujer en una Sociedad que no se los concedía), pero la cosa ha cabalgado a lomo de los complejos y los resabios y se nos ha desbocado de forma peligrosa.
Seamos justos, tratemos a cada cual según la dignidad que se merece y que debemos exigir para todos; porque todos los seres humanos somos personas, todos somos válidos, todos merecemos idéntico respeto, independientemente de la raza, el sexo, la religión, la condición social o el lugar de nacimiento.
Al menos, así pienso yo y así lo dice nuestra Constitución. En vez de tanto trote sin sentido, deberíamos remitirnos a ella, para dejar de hacer los imbéciles y subirnos a un autobús donde sólo rece: “Todos somos distintos, pero todos cabemos”