Visto lo visto en estas largas noches estivales de las Olimpiadas de Río, tendríamos que aceptar un hecho: hemos podido aprender mucho sobre el Espíritu Olímpico. Unas veces, por ausente (desde la presencia impuesta de los fulleros recibidos a pitadas, a los malos gestos como el del yudoca egipcio que no quiso saludar al israelita o las males artes en bronce del tenista japonés Nishikori) y, otras, por contundente, como el que se materializó en el sudor de un impecable Nadal (al que tendrían que dolerle los huesos hasta el tuétano), a las lágrimas de emoción de Michael Phels –el mayor héroe de la Olimpia moderna- que, con sus 28 medallas (23 de oro), no pudo contenerlas en su despedida.
Más con todo, me quedo con Mireia Belmonte. Primero, por su enorme voluntad y su trabajo; segundo, porque me emocioné sintiendo su emoción sin tapujos, mientras izaban la bandera de España; y, tercero porque, con estos gestos, le ha dejado bien claro a los que han querido manipular su imagen desde la televisión catalana y otros medios de comunicación, poniendo al lado de su nombre la exclusividad de una senyera, que ella viene de donde viene (“Soy española, lo primero”) y ha mamao donde ha mamao (“Mis padres son currantes y de ellos he aprendido que hay que esforzarse para todo.”)… ¡Si señor, con todas las palabras y todo el trasfondo que conlleva esta declaración! Su padre, José, granaíno; su madre, Paqui, del pueblito jienense de Huelma. Mireia lo ha dejado meridianamente claro y, con ello, la certeza de que el esfuerzo, la voluntad, el trabajo, la propia grandeza de Cataluña –por mucho que digan algunos imbéciles excluyentes-, no sólo es cosa de los catalanes con ocho apellidos innombrables, sino de todos y cada uno de los ciudadanos que la habitan y trabajan por ella y por España.
Para mí, el Espíritu de Mireia (la humildad en el esfuerzo y el trabajo individual y en equipo; y la coherencia en el orgullo de las raíces) ha sido una de las mayores muestras del verdadero Espíritu Olímpico que hemos vivido durante estas largas madrugadas… y, además, ha llegado sazonado con sangre andaluza de pura cepa.
¡Olé por Mireia!