Pedro Sánchez ya quedará, para siempre, como el Mago del Espejismo, el Escapista del Compromiso, el Lapa del Oportunismo.
Llegó al Gobierno prometiendo unas elecciones y, hasta que no lo han descalabrado, ni se inmutó. Juró una gestión seria y ejemplar y, si no llega a ser por la desilusión de sus compinches, sigue dando viajitos en el falcon -concierto viene, concierto va- hasta que Kiko Ribera hubiera aprendido a cantar un aria de Verdi.
Pero no le bastaba con el escaparate de sus poses aéreas o sus paseos –al trote de guardaespaldas- por las avenidas norteamericanas de los rascacielos, con su camisa impoluta y sus gafas de sol, tipo “politiqueichon-borde-hispánico-jolivudiense”, tenía que recorrerse el mundo con la familia (que, para eso lo paga el Pueblo), mientras aquí nos amenazaba la Economía, se alimentaba el extremismo, se vituperaban las Instituciones del Estado y se desmoronaba la convivencia, por culpa de sus socios de desgobierno (esos, precisamente, que optan por mantener sus intereses excluyentes y fomentan que los españoles acabemos cabreándonos los unos contra los otros).
La gestión de Pedro Sánchez ha sido un vacío; o, peor, un agujero negro. Un vacío es nada. El agujero negro se traga todo lo bueno y fecundo que lo rodea o se le acerca.
Me queda una duda: no sé si su marcha debo agradecérsela a los varones del PSOE (que reaccionaron y evitaron que se llegara a un extremo inconcebible por conservar el poder) o a la miopía de los independentistas que, viendo a un Pedro tan dócil, no se percataron de que España es un Estado de Derecho y, por tanto, aquí hay fiscales, jueces y tribunales de Justicia que aún funcionan como deben, incluso por encima de los propios políticos, salvaguardando la Constitución; y que, por eso, hay cosas que no puede hacer ni un presidente de gobierno. Pero Pedro no puede irse sin más: a quien es tramposo le pueden los genes hasta cuando el jaque ya es mate.
Un poquito de dignidad le hubiera aconsejado agachar la cabeza, reconocer que faltó a su promesa de elecciones y, sin más, habría colgado sus camisas impolutas de las avenidas norteamericanas, hubiera derramado unas lágrimas por su falcon, sus helicópteros, sus alfombras rojas y se habría olvidado del mundo para volver a pensar en España: en nuestra unidad, en nuestras carencias, en nuestros cabreos, en la realidad cotidiana de los españoles. Pero, en vez de eso, se ha revuelto y ha preferido seguir ignorando los números de nuestra Economía, las trampas de elefante que tiene el Estado y los asfixiantes impuestos que siguen pagando los ciudadanos de a pie. Sólo así puede comprenderse que, antes de marcharse, nos endose el invento de los “Viernes Sociales”. Sin duda, Sánchez es el más nefasto político de nuestra Democracia y, para demostrarlo, ha cambiado su rol de “politiqueichon-borde-hispánico-jolivudiense”, por el de “político-bananero” a secas.
Si el Congreso se ha disuelto y se han convocado nuevas elecciones -precisamente porque los Presupuestos Generales no se han aprobado-, lo justo y justificable, es la decencia de la prudencia: dada la fecha de caducidad del gobierno en funciones, limitar el gasto hasta el nuevo mandato y tomar sólo las decisiones necesarias para seguir funcionando en el día a día. Sin embargo, contra toda lógica democrática, éste utiliza la coyuntura para hacer una política de escaparate institucional -¡tan propia de los países bananeros!- y que es la forma más burda de engañar al Pueblo, porque se hace con el mayor descaro, se utilizan los medios oficiales, se hacen promesas imposibles y, todo, utilizando el dinero público.
A un mes vista de un posible cambio de gobierno, ¿cómo se pueden tomar medidas que comprometan miles de millones de euros, cuando quien venga será quien las deba gestionar? ¿Cómo se puede poner en marcha cualquier proyecto ideológico que puede no ser compartido por quien llegue el mes que viene?
Pedro Sánchez ha querido rizar el rizo, iniciando -¡ahora!- proyectos sociales que antes no puso en marcha, que posiblmente nadie podría rechazar, pero sin importarle su verdadera viabilidad: lo que costarán, si serán o no serán posibles o si podrán mantenerse en el tiempo…
¿Por qué no se hicieron antes? ¿Qué ha cambiado?, pues que ahora estamos en elecciones y hay que prometer la Luna. Si alguien se lo cree, perfecto; y, si no, que los que vengan expliquen por qué no la consiguen cuando ya estaba prometida.
Me gustan las palabras y, por eso, procuro llamar las cosas por su nombre. Éstos que han proclamado, a bombo y platillo, como “Viernes sociales”, yo los llamo “Viernes milagreros”, a sus utópicos decretos leyes, los denuncio como cebos electorales y a sus promotores los califico como “mentirosos manipuladores”… y es que, llegadas estas fechas, me cabrean los malos políticos, manipuladores, que me ponen cara de voto y me toman por imbécil.