Desde hace unos meses se puso de moda eso de la cobra. Confieso que yo no tenía ni idea de lo que era hasta que, en una repetición que ofreció televisión, Chenoa le acercó la boca a Bisbal y éste dio un brinco para atrás como si hubiera visto una plancha de alisar el pelo, dejándola a la pobre con la miel en los labios. Hoy pienso en aquello porque me parece que la cosa pinta cobra.
Finaliza el Congreso de Podemos y estoy casi seguro de que, después de tanta mala baba y tanta movida, Pablo Iglesias y Errejón –como han prometido a la masa que lo importante es la unidad- no dudarán en darse públicamente un beso de esos, casi de tornillo, que ellos suelen darse para cubrir expediente y que luego no digan;… aunque esta vez me parece a mí que va a ser un verdadero beso de cobra. Un beso al pescuezo, justo a la yugular y, si no, al tiempo.
La de Podemos es gente extrema y los extremistas, digan lo que digan, nunca aceptan las disidencias. Son dogmáticos por naturaleza y esto les impide aceptar cualquier razón ajena a la propia. Sólo aparentan hacerlo cuando les interesa aparentarlo.
Es un hecho comprobado. Ocurrió siempre que existieron disidencias internas en los partidos radicales comunistas de los que se clonó Podemos. Por eso fueron las purgas y se construyeron los GULAG, por eso Stalin se cargó a la mayoría de la gente de su entorno y por eso acabó León Trotski, literalmente, apiolado.
Podemos es un partido demasiado heterogéneo, un revoltijo de ideas extremistas donde cabe todo -si huele a antisistema- y, por eso, ni tiene asentada su ideología y mucho menos el pragmatismo necesario… por eso, está condenado a la intolerancia.
Hoy saldrá elegido Iglesias o Errejón. Poco importa, da igual. Después de la movida que han montado, uno de los dos estará condenado al ostracismo y, con él, todos los suyos.
No nos despistemos: hoy, cara a la galería, posiblemente se darán un beso de los suyos o algo parecido, pero este sí que será el de una cobra… una cobra con muy mala leche y a degüello.
