Hace unos días fui requerido para dar algo así como una conferencia en el Centro de Adultos de Écija. El tema debía girar sobre el Día de Andalucía y, a ser posible, que la alocución no tuviera tintes políticos.
Le daba vueltas a las ideas sobre el tema cuando, nada más traspasar la puerta de mi despacho, leí el lema que destaca en la loza que –desde hace más de veinte años- tengo justo en la misma entrada y que reza así: “Andalucía es una tierra grande, hermosa, vieja y sabia, siéntase orgulloso de ser andaluz”
Automáticamente me retrotraje a la infinidad de ocasiones en las que tuve que salir en defensa del habla andaluza; o, mejor, de nuestra fonética. También recordé la cantidad de veces que me hablaron sobre la vergüenza que sintieron los que fueron reprochados por hablar con nuestra particular fonética. Entonces, comprendí que el tema me lo estaba dictando la justicia, así que tomé papel, pluma y escribí el encabezamiento de estas letras.
Lo que diferencia al ser humano de todos los demás seres vivos, es su capacidad para interiorizar la complejidad del mundo que lo rodea, asimilarlo y darle un cierto sentido; pero, sobre todo, una vez hecho esto, poder estructurar lo asimilado para poder transmitir a los demás las sensaciones que todo ese mundo le produce. De esta forma, cada ser humano –en el “mensaje” que emite- puede transmitir no sólo lo conocido sino cómo lo ha conocido y cómo se ha sentido al conocerlo.
Más, si en el hecho de la COMUNICACIÓN ORAL, intervienen el emisor, el receptor y la Palabra, el mensaje emitido, aparte de su cualidad de relación interpersonal para el avance de una Comunidad en el intercambio de ideas y experiencias, tiene otro aspecto muy importante: la sensibilidad particular que todos tenemos ante los hechos que observamos y comunicamos.
Por tanto, en el mensaje existe una inevitable presencia de la influencia externa (el hecho que se produce) pero, también, del componente social y cultural de cada emisor (cómo percibimos y nos influye el hecho que transmitimos). Esta particularidad tan íntima del mensaje emitido por la Palabra, nos hace pensar en las articuladas por animales, que la dicen sin conocer su significado y, mucho menos, su intencionalidad (una cualidad que sólo podemos percibir en el sonido con el que se emite o en el contexto –en el caso de la palabra escrita- de una frase completa) Quizá, por lo dicho, podríamos deducir que la Palabra tiene Alma: porque es capaz de traducir la intención y la emotividad de la nuestra
Visto todo lo anterior, puede ser que un andaluz emita en su mensaje las mismas palabras que cualquier otro español y, sin embargo, sepa dotarlas de un sonido especial que implique otros matices, para que sea asimilada de forma distinta, con otra intensidad; para que pueda ser entendida y vivida según el particular entorno -social y cultural- en el que se desarrolla.
Esos matices distintos se traslucen en su riquísima fonética. Si el castellano posee cinco vocales, podríamos afirmar que la fonética andaluza cuenta con ocho. Así podemos advertir que las vocales abiertas en castellano (a, e, o), el andaluz tiende a cerrarlas fonéticamente, las aspira, para crear un plural sin “s”, prácticamente imposible de pronunciar por hablantes no andaluces. Por eso, muchas veces escuchamos leer textos andaluces, que ignoran esta realidad y que nos suenan falsos (sólo nos basta recordar el exagerado histrionismo de tantos actores que lo intentaron en televisión). Problema que se agudiza profundamente cuando se trata de declamar poemas eminentemente andaluces y que pierden parte de su vigor, de su emotividad, por no recitarse con la fonética adecuada.
Más la Lingüística tiene sus normas y lo mismo que existe una Prosodia, existe una Sintaxis. No vale hablar mal y decir que lo hacemos “porque hablamos en andaluz”. Como cualquier otro español, el andaluz debe hablar utilizando la sintaxis correcta, pero lo que no debe –y no debe hacerlo nunca- es sentirse disminuido por usar una fonética mucho más rica que la castellana.
Los andaluces no tenemos un IDIOMA distinto, sino una FONÉTICA propia,cuyas particularidadesno deben suponer excusas para eldisparate sintáctico(como está ocurriendo con la aberración del “lenguaje sexista” que, amparado en lo políticamente correcto, tantas licencias y esperpentos se permite).
Por eso, ahora, que en muchos centros educativos se pretende –como antaño- forzar la “correcta pronunciación” castellana en los niños andaluces, obviando lo que de único y particular tiene nuestra variada fonética (lo que tiene de Alma la Palabra), me permito reivindicar su inmensa riqueza. A fin de cuentas, nuestra fonética, es uno más de nuestros patrimonios: es nuestra forma de expresar las palabras -su musicalidad, su lirismo, su desgarro- y tiene mucho que ver con nuestra forma de ser, de sentir, de relacionarnos mutuamente y desde siempre.
Cualquier poema de “El Romancero Gitano” de Federico, por ejemplo, nunca sonará igual recitado con otra fonética. Lo mismo sucede con los cantares de Manuel Machado; por no hablar de los poemas escritos por Julián Sánchez Prieto, José Carlos de Luna, Rafael de León, Martínez Carrasco y hasta algunos poemas de Pedro Garfias. Es el mismo fenómeno que ocurre con las “extremeñas” de Gabriel y Galán o Luis Chamizo, quizá con la diferencia de que éstas, a veces, incluyen vulgarismos sintácticos, a fin de dotar al poema de un componente más popular y dramático.
No es casualidad que fuera Lorca el escritor que universalizara el andaluz; quizá su mérito fundamental, su secreto no guardado, estribó –precisamente- en que nunca se avergonzó de los componentes telúricos de nuestra Lengua y, sin complejos, escribió –puro sentimiento- no sólo con las palabras, sino con los sonidos, el ritmo y el compás, con los que se componen los variados y riquísimos fonemas del andaluz: Sin duda, en obras de Federico como el Romancero Gitano, Bodas de Sangre, la Casa de Bernarda Alba, Yerma y hasta Los Títeres de Cachiporra, no cabe otra fonética sino la nuestra:
No hay otra manera de decir lo mismo de la misma forma: el nuestro es el sonido redondo para estos versos, la fonética exacta del andaluz es la que dice –exactamente-, no sólo lo que queremos decir, sino cómo queremos decirlo. Por eso, no se puede decir de otra forma: porque sonaría distinto o distante… como si fuera otra alma la que quisiera rebosarse.
Me atrevo, humildemente, ahora que se acerca nuestra Semana Santa (unas fechas que los andaluces vivimos con tanta pasión, pero de forma tan distinta a otros lugares) a dejar, como botón de muestra, un poema propio -envuelto en el entorno y el patrimonio cultural que nos rodea- y recitado, tal como lo pensé, como lo sentí cuando lo escribí y tal como lo vivo cuando lo recito… en andaluz.
Écija, las voces de mis Cristos from David BerBlán on Vimeo.