Una de dos: no me entero de nada o andamos invadidos por liantes que tienen embobalicada a media España.
En varios artículos anteriores confesé que fue Zapatero, cuando nos metió en el pozo sin fondo de sus “brotes verdes”, el que me obligó a votar por primera vez en mi vida al Partido Popular. La cosa era sencilla: consciente del descalabro, había que apoyar al contrario del que nos hundía.
Todo venía de una hecatombe económica global, pero cada país había gestionado el conflicto a su manera. Mientras unos contenían gastos, se apretaban el cinturón y ponían pie en pared, Zapatero –usando la técnica del avestruz- metió la cabeza bajo tierra -y a todos nosotros con ella-, negó una crisis tan patente y, con la excusa de incrementar los “gastos sociales”, se dedicó a subvencionar a sindicatos, asociaciones extrañísimas del tercer mundo y regalar chequesbebé y portátiles de última generación a los más tiernos infantes que, por primera vez, pudieron acceder a las páginas porno de Internet, gracias al patrocinio de las administraciones públicas; y, mientras todo esto pasaba, el paro –desmelenado- llegaba a cotas impresionantes, sobrepasando, por pura inercia, los cinco millones de desempleados… y, lo que era peor, nadie veía el final del túnel.
Sin embargo, las tornas cambiaron para bien. Esta semana pasada -¡por fin!-, el desempleo descendió por debajo de los cuatro millones de personas. Pero mi alegrón de principio, se convirtió en perplejidad cuando -¡como tantas veces!- escuché las declaraciones de los liantes a los que me refería.
Me parece una estupidez supina no reconocer que en esta mejoría económica, experimentada durante los últimos cinco años, algo ha tenido que ver la gestión de la gente que nos ha gobernado. ¿Que son de la “derechona”?: pues tiene usted razón. ¿Que hubiera sido mejor que lo hubiera hecho un gobierno más de izquierdas?: pues vale, si lo prefiere. ¿Qué, además, Rajoy es feo?: tres veces vale y me apunto. Pero que se ha conseguido bajar el desempleo, está claro. Que ahora cotiza mucha más gente que hace cinco años, también. Que, por eso, entra más dinero en la Seguridad Social, es lógico. Que la gente ahora tiene más perspectiva, más poder adquisitivo y se atreve a gastar más, ¿quién lo duda?; ¿quién puede negar que hoy se mueve más dinero que hace seis años?: se ve a leguas.
Quizá sea por todo esto, que me cabrea que los políticos que nos hundieron entonces o, simplemente, no estaban y los sindicalistas que estaban y no hicieron nada, ahora nieguen lo evidente y, por procurarse un rédito político, apesadumbran a los ciudadanos con sus malos augurios, restando valor al patente mérito de los resultados y argumentando –como todos y cada uno de los meses de estos años en positivo- que el único empleo que se crea es estacional o precario ¡Manda uebos!
Pienso yo que hay que tener poca vergüenza para que un asalariado de la política o el sindicalismo, niegue la bondad del empleo por precario cuando se están refiriendo a la ilusión y la dignidad que supone para cualquier padre de familia la oportunidad de un contrato -aunque sea eventual- y, sobre todo, si se ha pasado meses y meses acogido a la limosna de un subsidio por culpa –precisamente- de la mala gestión pasada de esos políticos y sindicalistas que tanto critican la situación ahora.
¿Qué hay corruptos?, sí: yo siempre he expresado mi convencimiento de que son los menos, pero que los hay en todos los partidos y sindicatos, porque la corrupción no es cuestión de ideología, sino de personas y, por eso, la hay desde la extrema derecha a la extrema izquierda y desde los dirigentes a los militantes de base (aunque, eso sí, como la mierda propia no huele, todos critican el tufo de los demás y excusan el propio).
¿Qué hay ciudadanos cabreados?: y ¿cómo no los iba a haber?; a fin de cuentas, son los ciudadanos los que soportan las cargas de todos estos desbarajustes que, en muchísimas ocasiones, son el resultado directo de la ineptitud o la corrupción de unos pocos que –ellos sí- viven de puta madre.
Más, por desgracia, tengo la impresión de que todas estas realidades tan contrastadas, pueden influir menos de lo que deberían en las nuevas Elecciones Generales y, aunque yo veo tan patente la mejoría económica (imprescindible para poder afrontar el incremento de los gastos sociales que todos deseamos), advierto la cancha que se le da a tanto vividor y, de ellos, sigo escuchando las promesas vacías y los cantos de sirenas; sigo observando la ocultación de los despropósitos y el apoyo a los corruptos; sigo presenciando la tergiversación de la buena voluntad y llegan hasta mí los ecos desencajados de tantos ciudadanos cabreados y manipulados, hasta el punto de presentir que, una vez más, volverán a liarla los vendedores de humo y yo acabaré flipando en colores.
