Los españoles somos tan españoles, que no hay pecado capital de los que tenemos que no cometamos. Los gobernantes más todavía, por que son más “listos”.
Ya saben ustedes lo de los pecados capitales del español: la envidia, el egoísmo y la soberbia –que ganan por veinte cabezas- y, después, la avaricia, la ignorancia,… Más hay uno muy característico que, aunque pueda considerarse virtud, en el español suele derivar en falta: me refiero a la constancia que –de pura cabezonería-, el español a veces los convierte en embestida… y, si no, que se lo digan a los huesos de Franco.
¿Recuerdan ustedes “el cuento de la buena pepita” que, de niños, nos contaban para cabrearnos? El imbécil de turno soltaba la pregunta: “¿Tú conoces el cuento de la buena pepita?”… y ya dijeras que sí o que no, te volvía a repetir la pregunta machaconamente, hasta que te cabreaba al extremo de arrancarte una lágrima –si el imbécil era adulto- o una patada en las espinillas, si era alguien a quien podías soltársela.
Con lo de Franco nos ha pasado igual: “No te digo ni que sí ni que no, pero ¿tú sabes si se llevan los huesos del Valle?”… “¡Que sí! ¡Que no!… Lo mismo daba la respuesta: los huesos de Franco han seguido allí, como si nada.
Desde que a estos cuentistas les dio por el osario, en España han pasado meses y meses de desgobierno, con un paro aumentando a marcha martillo, han subido los impuestos, el independentismo se ha desmadrado y ha derivado en sedición, salvajismo y hasta en terrorismo, siguen los accidentes de circulación, la inseguridad alimentaria, la violencia de género, los acosos y el deterioro en el Sistema Educativo y Sanitario, la presión a los autónomos, la indefensión de los pensionistas, la desilusión de los ciudadanos,… Eso sí: nuestra clase dirigente no ha dejado de ponernos la zanahoria de los huesos de Franco (“Si no te digo ni que sí ni que no, ¿sino si se llevarán los huesos del Valle o no se los llevarán?”): y, así, los españoles nos entreteníamos, nos olvidábamos del presente y nos retrotraíamos a la época de Maricastaña, cuando nos llevábamos como el perro y el gato, para acabar, al final, buscando las espinillas de los otros.
Menos mal que -¡por fin!- el Tribunal Supremo ha resuelto este litigio absurdo que, en realidad, lo único que ha conseguido es cumplir con la última voluntad del Dictador (que, supongo, sería la única de Franco que fue incumplida en su tiempo y que nunca lo hubiera sido estando vivo).
Ahora, Franco se sale con la suya y alguno hasta lo equiparará con el Cid Campeador: descansará donde quería y, hasta supongo que -aún descarnado- sonreirá complacido, mientras nuestros gobernantes tendrán que buscarse otro cuento, para que los españoles nos olvidemos del desgobierno y podamos seguir embistiéndonos los unos a los otros.