La UNESCO acordó, en 2003, que Patrimonio Cultural Inmaterial, son “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos, reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural… infundiéndoles un sentimiento de identidad…”
Si nos atenemos a esta definición, nadie puede dudar que los bizcochos marroquíes –que han querido llevarse de Écija-, representan un patrimonio tan nuestro como el de las torres o el olmo viejo que –sin que nadie esté remediándolo- sigue muriéndose en la ribera del Genil (la verdad, es que nuestro alcalde sería muy torpe si no hiciera nada al respecto, cuando la solución es tan barata y sería tanta la sombra que le daría).
Pues, rizando el rizo y, como Patrimonio Inmaterial identitario de un Pueblo, podríamos decir que el sabor único de nuestros dulces marroquíes, sería para nuestro paladar, como lo es –para el espíritu- la exageración de los andaluces, la austeridad de los castellanos, la cabezonería de los vascos o la cicatería de los catalanes. Aunque cierto es que, en los últimos tiempo, algunos de estos cuasi patrimonios inmateriales de los pueblos del norte han sufrido ligeras alteraciones mediáticas.
En efecto, algunos catalanes (y lo significativo es que fueron los que mandan) olvidaron su idiosincrasia y, de unos años a esta parte, comenzaron a derrochar euros en embajadas inútiles por el mundo y en actos que sólo le rentarán disgustos (andarán cortitos de memoria cuando no se acuerdan de lo que pasó -en 1934- con Luis Company). Eso sí, hay que reconocer que, si abandonaron el espíritu ahorrador, sin embargo, les están echando el pulso a los vascos, para ver quien se lleva la palma de cabezón; y es que, como ya se sabe, hay quien piensa que, lo que no se logra con la razón, se puede lograr embistiendo (lo dicho: ¡qué lástima que no se acuerden de Company!).
Para más dislate, el Consejero de Economía de la Generalidad, se reafirma -con el mismo despiste de siempre-, en que España le está robando a Cataluña. Es el único que, todavía, no se ha enterado de que los ladrones han sido la familia Pujol y sus compinches (y eso que, para darse cuenta, sólo tendría que analizar esa repentina y obsesiva testarudez de Más por despistar al personal con otros asuntos más ruidosos para los medios y los ciudadanos).
Más, con todo, he de confesarles algo: si antes envidiaba a los catalanes por su conciencia de Pueblo, ahora llegué a hacerlo por su cabezonería; ya que durante unos días me temí que, para conseguir que los bizcochos marroquíes se quedaran en Écija, íbamos a necesitar un peazodemollerazo como el de Arturo Más, que pudiera embestir -como hace él- para todos los lados a la vez.
Al final, me han dicho que las Florentinas tienen la receta y los van a hacer igualito que las Marroquíes; pero, como ando tan escarmentado, mientras no los probemos y sepamos cómo quedan, propongo -por si las moscas- que tengamos preparados dos o tres cabezones-chinches tipo Arturo Mas o Sánchez Gordillo que, aunque no tengan pajolera idea sobre historia -y no sepan quien fue Company ni lo que le pasó-, por lo menos sepan catar un buen bizcocho y, llegado el momento, embestir como se debe por los anchos chiqueros de la Junta… (todo sea por el patrimonio)