Mi amigo y Maestro, el profesor Genaro Chic García, en un magnífico artículo titulado “Casamiento y esclavitud” (Sevilla Informaciones, 15 de abril de 1999), explicaba por qué, en el siglo I, los grandes ministros de Claudio eran esclavos que habían conseguido la condición de libertos gracias a sus servicios como gestores de los bienes del Emperador.
La cosa era curiosa. Las tareas comerciales, el tráfico mercantil, implicaba comprar un bien cualquiera para, después, venderlo por un precio superior al de la compra cuando, realmente, su valor absoluto no había cambiado. Esta operación, para los romanos, suponía un engaño y, por tanto, ningún ciudadano que se preciara, debería realizar esta tarea que consideraban tan poco digna (mucho menos el Emperador). No obstante, todas las fortunas de Roma se hicieron empleando a esclavos con dotes extraordinarias para los negocios con los que, después, sus amos se repartían los beneficios. De ahí que los más importantes ministros de Claudio, fueran sus libertos.
Pues, como dice el dicho, nada cambia bajo el Sol y, reflexionando, me dan en las narices los paralelismos que existen entre la estructura del Sistema Económico-clientelar romano y las de nuestras Administraciones Públicas, entre los comportamientos de estos libertos y las de nuestros políticos de ahora. Cara al Pueblo, todo se convierte en pura comercialización del producto que nos ofrecen (engaño, márquetin, comparaciones, manipulación); cara a las otras formaciones políticas, todo se transforma en puro mercadeo (compraventas, chanchullos, trueques, cambalaches); y, respecto a sus partidos y a quienes los dirigen -desde las luces o desde las sombras-, todo lo transforman en fidelidad inquebrantable y obediencia ciega, incluso por encima de los intereses generales o de cualquier Razón o Justicia.
Nunca mejor que en épocas de elecciones para poder comprobarlo: dos mil años desde la Roma de Claudio y seguimos manteniendo una Sociedad de patricios, plebeyos y mercachifles del Poder.