En estas semanas estamos disfrutando de unos Juegos Olímpicos de Río muy cuestionados por la salubridad del país y la falta de instalaciones. España tenía en la mano ser la sede de estos Juegos pero no pudo ser, es incomprensible y más viendo el comportamiento de los brasileños con los deportistas, vergonzoso los abucheos y los insultos cuando se enfrentan a un atleta nacional.
Seguramente si menciono nombres como Carolina Marin, Orlando Ortega, Marcus Cooper Walz, Bruno Hortelano o Lydia Valentín no os sonarán pero son grandes deportistas que luchan por una medalla española.
Tengo que decir que me avergüenza la prensa deportiva “rosa” que tenemos en España porque solamente se habla del fútbol, de las vacaciones de Messi o del coche de Cristiano Ronaldo cuando hay deportistas que dan su vida, se sacrifican día a día y son totalmente desconocido para la sociedad. Como decía Mireia Belmonte: “importa más el pelo de Sergio Ramos que mi récord”. Estoy de acuerdo con sus palabras pero la culpa la tenemos todos por comprar y ver ese tipo de información, por dar tanta importancia al fútbol cuando hay infinidad de deportes más sacrificados y sin tanta estabilidad económica.
Es de admirar esos deportistas que luchan por sus sueños, día a día, con constancia, sin patrocinadores y sin nadie que arrope su trabajo. Siempre creemos que la felicidad va unida al confort, al bienestar pero en esta ocasión es todo lo contario, el deportista se esfuerza al máximo, sufre, pierde cosas esenciales en su vida cotidiana para ganar una batalla, para ganar una medalla, para ganar su felicidad.
Tenemos que estar orgullosos de nuestros atletas, no solamente de Nadal, Mireia Belmonte o Gasol, tenemos que valorar el esfuerzo de todos y cada uno de nuestros compatriotas que sueñan con representar nuestro país.
El domingo pude leer una noticia que me emocionó, en 2008 un joven de trece años llamado Joseph Schooling tuvo el honor de conocer a su gran ídolo, Michael Phelps. Ese niño, que soñaba con ganar una medalla, tumbó al todopoderoso Phelps en la final de los 100 metros mariposas consiguiendo su sueño con tan solo veintiún años y al lado de su ídolo. Una historia de superación y de constancia para reflexionar y que debería de formar parte de nosotros para crecer como persona y superar todos nuestros retos porque no hay límites si nos esforzamos, tenemos constancia y voluntad.
Otra de las historias conmovedoras en estos días es la vivida por Adelinde Cornelissen y su caballo Parzival. Renunció a los Juegos Olímpicos sobre la misma arena de la competición porque su amigo, compañero, el que le dio tantos triunfos, el que le había dado tanto durante toda su vida estaba enfermo y no quiso arriesgar su salud por una medalla. Hay cosas que el dinero ni las medallas pueden comprar y con esta decisión se demuestra que por encima de todo hay que cuidar a quien se quiere.
No quiero acabar sin mencionar el gesto deportivo de la neozelandesa Nikki Hamblin y la estadounidense Abbey D´Agostino en la prueba de 5.000 metros. Hamblin se desequilibró y D´Agostino, que corría detrás, no pudo evitarla y también cayó. Después de unos instantes la solidaridad surgió y ambas se ayudaron para acabar la carrera. Con esta actitud se demuestra el auténtico espíritu olímpico, mucho más que cualquier medalla. En los Juegos Olímpicos no todo tiene que ver con ganar, hay que respetar al adversario, jugar limpio y tender la mano en los malos momentos como hicieron estas dos atletas. Gracias a esta imagen tan emotiva los jueces han clasificado a ambas a la final aunque para muchos ya son ganadoras porque eligieron la solidaridad a clasificarse.
El deporte tiene un horizonte más lejano que las fronteras del fútbol.
El deporte es vida, es salud, es compañerismo pero también es un reto a superar.
Alejandro Álvarez