Contaba apenas 19 años cuando el rey Felipe IV, asesorado por el conde-duque de Olivares, inició un viaje desde Madrid en dirección al Sur de la península para conocer de cerca los problemas del Estado; corría el año 1624. Entre los lugares previstos para visitar estaba Écija, a la que llegó a finales del mes de febrero. La ciudad se volcó con la visita real y no escatimó en gastos para su recibimiento y estancia.
En Écija se conocía la llegada del rey a la ciudad gracias a una cédula recibida el 4 de enero de 1624. A partir de ese momento se iniciaron los preparativos, primero de los accesos a la ciudad, algunas calles y los lugares que visitaría.
Entre las obras que se acometieron estuvo el arreglo de los “pasos malos” desde Écija a la Venta del Arrecife por el camino que le da nombre; pasos hasta la madre de la Monclova; los visos; arroyo de la Cascajar, Ventorrillo de Franco Gil y en los cortijos y pasos por donde debiera de pasar el rey. También se encargó el arreglo del puente sobre el río Genil, el puente de la Madre, el camino de Córdoba y del palacio de Palma, hoy conocido como convento de Las Teresas.
La llegada Felipe IV a Écija estaba prevista para el 18 de febrero, pero no se produjo hasta el 27 de febrero. En este retraso probablemente tuvo algo que ver el “mal tiempo y diversos avatares”, como señalaba Francisco de Quevedo que viajaba con la comitiva y resumió de este modo el viaje.
Junto al rey viajaban como parte de la de comitiva varios cientos de personas, entre los que se encontraban el infante Don Carlos, el conde-duque de Olivares, el duque del Infantado, el Cardenal Zapata, el marqués de Castel Rodrigo, el conde de Santiesteban, el conde de Portalegre, el marqués del Carpio y el conde de Puebla, además de criados, capellanes, músicos…
Antes de su entrada en la ciudad la comitiva fue agasajada con una comida a las afuera de Écija y costeada por la ciudad: los gastos seguían aumentado.
La entrada en la ciudad se produjo el 27 de febrero. El rey viajaba en una carroza de color verde junto con el conde-duque de Olivares y el marqués del Carpio. El acceso a la ciudad se hizo por la Puerta del Puente o Puerta Real, junto a Santa Ana, la cual fue reedificada, y ornamentada en forma de arco triunfal.
El cortejo continuó en dirección a la Plaza de España y el palacio de Palma en la calle Del Conde. Las calles y plazas por las que discurrió fueron engalanadas, con toda probabilidad para la ocasión.
En el palacio de Palma se alojó el rey junto a la comitiva, para ello fue necesario dotar el palacio con 300 camas, todo por supuesto con cargo a la ciudad.
Para celebrar la llegada del monarca por la noche se lanzaron luminarias y fuegos artificiales, además de celebrarse una mascarada típica de este época donde los asistentes se disfrazaban y portaban máscaras. En el caso de Écija, y según la relación de gastos, la música tuvo un especial protagonismo.
La cena preparada para tal ocasión también fue ostentosa y para la cual se necesitaron “cien fanegas de pan cocido, cuatrocientas de cevada, mucho de vino, cincuenta carneros, doscientas aves perdices y conejos todos los que se pudieren, seis quintales de pescado, mil huevos..”.
El 28 de febrero por la mañana el monarca asistió a misa al convento de San Francisco y a continuación salió en dirección a Sevilla, no si antes hacer una parada en el Castillo de la Monclova para almorzar, donde fue recibido por el Duque de Arcos.
La visita de Felipe IV se recordó por tiempo en la ciudad, no solo por tan ilustre visita, sino también por el excesivo gasto que tuvo que suportar la ciudad y que llegaba en un momento difícil para las arcas locales.
*Fuente consultada:
Archivo Histórico Municipal de Écija
Acta del VII Congreso de Historia de Écija- Tomo II – Felipe IV en Écija. Incidencias Económicas y Sociales de una visita regia – Jesús Aguilar Díaz – Universidad de Sevilla
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