Una vez más, la Guerra Civil española hace las veces de telón de fondo para una historia que sobrepasa la contienda nacional y abre ante el lector un mundo fascinante atravesado por la corriente de la modernidad. Ese París donde se juntan las galerías, los marchantes de arte, los fotógrafos, los cafés, las modelos, las musas y amantes, así como editores, periodistas, escritores, comisarios políticos y aprovechados. Un sitio que bulle, al mismo tiempo que intuye y a los oscuros resortes del nazismo, que se cierne como una amenaza implacable.
Sabotaje. Con ese título firma Arturo Pérez-Reverte la tercera novela protagonizada por Lorenzo Falcó, un jerezano elegante y bien plantado, un ex traficante de armas que trabaja para el Grupo Lucero, una sección del Servicio Nacional de Información y Operaciones (SNIO), el organismo de inteligencia de la Falange, y del que él es su principal estrella. Sin embargo, Falcó libra su propia guerra. Su naturaleza configura sus movimientos. Es un hombre peligroso. Alguien que sólo es leal a su propia causa y a quien la cercanía de la acción inyecta en sus venas una lucidez especial. Para él, vivir es depredar. Sean mujeres o misiones. Sabe paladear el lento placer de los que llevan una navaja escondida en el sombrero mientras beben un cocktail o salen airosos de un sucio calabozo.
Arturo Pérez-Reverte presentó ante los lectores a su más reciente criatura en una primera entrega publicada en 2016, Falcó. A ésa siguió, en 2017, Eva, una historia fascinante que se desarrolla en Tánger, un puerto cosmopolita del que entran y salen todo tipo de personajes y donde se dirimen los más turbios asuntos. En Sabotaje el agente habita el París de finales de los años treinta del siglo xx, una metrópoli donde coinciden los cimientos culturales de la modernidad, al mismo tiempo que experimenta la electricidad de los indicios que anticipan su demolición ante el próximo estallido de la Segunda Guerra Mundial. Es la capital donde se mezclan las raíces del pensamiento ilustrado —la cuna occidental moderna— con fugitivos, espías y conseguidores; e intelectuales de la más destacada pluma —algunos de ellos a expensas de un activismo de salón— con otros que se juegan el poco pellejo que les queda.
La acción transcurre apenas unos meses después de la misión de Marruecos narrada en Eva. Estamos en la primavera de 1937. Concretamente, en mayo. Unos pocos días después del bombardeo de Guernica por los aliados alemanes e italianos del bando sublevado. La Guerra Civil española está a punto de cumplir el primer año de duración. Nada sabe Falcó de la agente Eva Neretva, aquella espía soviética que le juega reveses a este hombre que no acepta sorpresas. A pesar de eso, no consigue borrarla de sus recuerdos. Falcó ignora si Eva vive o muere. Y aunque la memoria de aquella mujer lo aguijonea, lo importante es su siguiente misión, que es doble: por una parte, debe convertir aun afamado intelectual comunista, Leo Bayard, en un traidor, y por otra, destruir el Guernica, el cuadro encargado a Picasso para engalanar a la República en la Exposición Internacional de París.
Si en la misión de la primera novela de la serie, que consistía en liberar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante, Falcó se adentraba en terreno político, y en la segunda debía traer de vuelta treinta toneladas del oro del Banco de España que un barco de la Marina al servicio de la República retenía en el puerto de Tánger, ahora tendrá que adentrarse en la Europa intelectual, la de la cultura y los artistas. Y lo hará en su capital natural: París. Ese lugar de las vanguardias y los intelectuales comprometidos, la olla a presión de los genios y los farsantes: los que confunden obra con impostura y se relamen, satisfechos de sí mismos, en la propaganda de guerras que nunca han librado.
Para conseguir su objetivo, Lorenzo Falcó habrá de convertirse en Ignacio Gazán, un chico de buena familia española afincada en La Habana. El heredero de un boyante negocio familiar dedicado al tabaco. Alguien con mucho dinero, simpatizante de la República y coleccionista de arte. La ayuda de un agente de la Abwher permitirá al jerezano llegar a Bayard y tenderle una trampa. El objetivo es provocar su asesinato a manos de los soviéticos tras una campaña de intoxicación para acusarlo de fascista y desacreditarlo como gran fraude de la izquierda internacional. A eso se suma, por supuesto, la encomienda de destruir como sea el Guernica de Picasso, lo cual implica acercarse al malagueño y dar el zarpazo. Hasta el estudio de la rue des Grands-Augustins llegará el espía para cumplir su objetivo.
Dotada de todavía más acción y velocidad, de una dosis mayor de humor, incorrección y maestría, en las páginas de esta novela reaparecen personajes únicos de la serie, como el Almirante, el jefe del Grupo Lucero, o Paquito Araña, un asesino a sueldo capaz de pintarse las uñas antes de torturar a un prisionero. Regresan viejos y oscuros fantasmas, como Pavel Kovalenko, jefe de los servicios de inteligencia soviéticos en España, el hombre que puede iluminar y oscurecer el paradero de Eva Neretva. También aparecen en Sabotaje nuevos secundarios extraordinarios: el agente Hupsi Küssen, el contacto del Grupo Lucero en París, Sánchez, la fotógrafa Eddie Mayo o la inolvidable María Onitsha, además de personajes históricos, como el artista Pablo Picasso o la actriz Marlene Dietrich, o los que han sido inspirados en alguno de ellos, como Gatewood, trasunto del escritor norteamericano Ernest Hemingway o Nelly Mindelheim, tras cuya figura se adivina a la mecenas estadounidense Peggy Guggenheim.
El lector encontrará en Sabotaje a un Falcó más letal y al mismo tiempo divertido, alguien que se entrega al sexo en coches cama del expreso de Hendaya en su trayecto hacia París, pero también aquel al que vendrán a visitarlo algunos demonios. Lorenzo Falcó resume los claroscuros del ser humano que Arturo Pérez-Reverte conoció en sus años como corresponsal de guerra. Y en esta novela ofrece una nueva, refinada y todavía más fibrosa versión del depredador más eficaz. Nada sobra en estas páginas. Diecisiete capítulos y un epílogo llenos de emoción e ironía. Un retrato de la Europa de entreguerras ejecutado con maestría.
Vuelve Falcó. Esta vez para sabotear cualquier voluntarismo. Vuelve Falcó, alguien cuyo encanto y crueldad le permiten caer de pie en todos los tejados y que en estas páginas besará a Marlene Dietrich, zurrará a Ernest Hemingway o se hará retratar por Pablo Picasso. Eso es esta novela, Sabotaje: una muestra más de un Arturo Pérez Reverte en estado de gracia, que intenta cerrar algunas de las grandes incógnitas de esta serie, al tiempo que abre otras nuevas. Porque Sabotaje lo cambia todo. Una novela autónoma que animará a los lectores que no se han sumergido aún en las aventuras de Falcó a buscar las entregas anteriores y que sembrará en los ya iniciados algunos interrogantes.