-¿Pero el Palacio no es de los ecijanos? ¿O yo me estoy volviendo loca? ¡Hay que ver cómo nos dejamos! ¿Qué haría yo con tanta casa? ¡Anda que no tendría sitio para tender!
Así empezaba ella un día más. Y yo leyendo un cronicón a lo Marhuenda, ¡que ya me vale!
-Pues el único cronicón que conozco es el último que publicó el Marqués, vamos el niño del Marqués, o el nieto. En fin tú sabes. ¿Qué me dices de Peñaflor?
-Lo cierto que cada día sé menos. Le espeté a mí querida vecina del quinto.
Y es que la verdad hay demasiados entresijos en el Palacio que desentrañar, ¡tantos! que daría para mucho más que para unas breves letras escritas desde el albedrío de una terraza con vistas a edificios llenos de historias personales en cada ventana.
Lo que sí es cierto es que hace unos días en el programa de televisión “La Rebotica del Cojuelo” los asociados a la “ecijanía”, Juan Méndez Varo, Javier Madero y Francisco Fernández-Pro, analizaban (entre otras cuestiones) el testamento del último marquesado. Me pareció muy curioso y revelador ya que soy mucho de creer en los designios y si están por escrito aún más (me refiero al testamento del ecijano legítimo, Marqués de Peñaflor, D. Fernando Pérez de Barradas y Fernández de Córdoba, con fecha 2 de agosto de 1917).
Y por escrito se dejó en sus últimas voluntades el deseo expreso de los Señores de ayudar a los pobres de la ciudad dándole al suntuoso Palacio un uso social, educativo, religioso, cultural…Y creo sin temor a equivocarme que esta magna casa no abrirá sus puertas sino es para alguno de esos menesteres (algo sobrevuela en el ambiente del Palacio que me dice que será así).
Pienso que los Marqueses se estarán revolviendo en sus cenizas porque la historia escrita está. De lo que dijeron que se hiciera poco se hizo y lo que se hizo se deshizo con el tiempo y lo que persiste, bien va (hay que reconocerlo). Un lío padre que ahora pagamos porque ha desaparecido ante nuestros ojos el contenido del continente palaciego, que en su época estuvo lleno de esplendor, y del que ni las chimeneas de mármol quedaron en pié. Imagino que para hallar tanto enser disoluto podríamos llamar a algún Indiana Jones que nos busque el “patrimonio perdido” (pónganle la banda sonora del cualquier película de esta saga de aventuras).
Está claro que esto no lo arregla ya ni la voluntad de un abogado entregado a la causa, ni una ciudad perdida en sus dejadeces sin conciencia. Como cantara mi admirada faraona: ¡Pena, penita, pena!
-¡No veas cómo está la cosa! Pues yo firmo, ¡vamos! para que venga Harrison Ford, ¡me encanta! Musitó ella desalojando un suspiro que se perdió entre aromas a suavizante.
-La verdad es que yo a estas alturas, ya no firmo nada, estimada vecina.
Hoy también me marcho pero renuncio a la manzanilla o la tila, viendo la hora que es prefiero un vino blanco (después tenderé). La susodicha del quinto me ha dejado hoy pasmada con un tendedero lleno de calcetines. Creo que ya sé dónde van los que se pierden en la lavadora de mi palacio.
María del Valle Pardal Castilla