El Camino de la Sinrazón es fácil de vislumbrar. La falta de argumentos, lleva al insulto y el insulto genera violencia. Sus cunetas se llenan de ladridos y sus destinos de incertidumbre.
Para los extremistas sólo existe la bondad de sus certezas, por eso todos los que no comulgamos con sus verdades somos repudiados, advenedizos (bien por la derecha o bien por la izquierda, todos los demás somos “rojos” o “fascistas”)
Más un ignorante desinformado suele ser prudente, receloso de sus propias dudas, conocedor de sus limitaciones. Aunque en él, es más fácil la manipulación. Manipular el conocimiento para adoctrinar la ignorancia, es generar intolerancia, porque el sectarismo de la (des)información, transforma al ignorante prudente en asno airado (y que me perdonen los burros), porque la ignorancia manipulada (pero ignorancia, al fin) invita a la osadía, a opinar sin argumentos válidos; y, cuando los argumentos se ven superados, se acude al insulto, al rebuzno, al ladrido, al grito, al golpe en la mesa, a la sinrazón del injusto. ¡Es terrible transformar la ingenuidad de un hombre, en el instrumento de los extremismos!
La violencia es el uso de la fuerza para dominar a los demás y esa fuerza, si germina en la ignorancia, puede llegar a hurtadillas con las luces de un candil o la blandura de una nube. Lo malo es que halle aposento entre nosotros, porque no hay argumentos para la violencia, para ninguna clase de violencia.
Muchas veces creo que no somos criaturas de Dios sino de Satanás. Dios crearía la armonía de un Universo hermoso y, está claro que el diablo quiso joder el invento… y creó al Hombre. Quizá sea por eso –por nuestra naturaleza- que el bien es tan difícil y el mal tan fácil.
Para los seres humanos es más cómodo recurrir a la violencia, que someternos al esfuerzo de llegar a un acuerdo. Para el hombre es más fácil llegar a la afrenta, que cumplir con el respeto que le debe a los demás. Lo más conveniente es vencer a los otros, prevalecer, imponerse, machacar a los otros. Resulta mucho más fácil esto que reconocer argumentos mejores que los que defendemos y que, en realidad, ni siquiera son nuestros sino que sólo nos los prestaron.
Hay demasiada violencia en el miedo y demasiado miedo en los hombres. Porque el hombre le teme a casi todo: a lo desconocido, a lo diferente, a lo incontrolable, a la duda, a la posibilidad del error y, lo que es más lamentable, a la lógica cuando avasalla, a que las posibles razones de los otros posean más fuerza que las nuestras.
Si lo pensamos, resulta curioso: el derecho de los demás a ejercer la justicia, la propia dignidad, la razón que los ampara es lo que, con más facilidad despierta en los extremistas, al monstruo que llevamos dentro.