EL/LA/LE BICHO/BICHA/BICHE
Un cuento desgenerado
Un día, unas reconocidas profesoras, unos reconocidos profesoros y unes reconocides profesores, especialistas, especialistos y especialistes en Ciencia Biogenética (rusas, rusos y ruses, todas, todos y todes ellos, ellas y elles), se pusieron de acuerdo y pensaron (a la vez, aunque parezca mentira) la forma de clonar al que tendría que ser el ente más complete, el ento más completo o la enta más completa, de todas, todes y todos las entas, los entes y los entos.
Tras sus estudios, llegaron a concluir que en el agua, las criaturas, los criaturos y les criatures más poderosas, poderosos y poderoses, eran las cocodrilas, los cocodrilos y les cocodriles. En tierra, los más listos y ligeros eran los zorros, las más listas y ligeras, las zorras y les más listes y ligeres, les zorres. En aire, los/las/les de más alto vuelo y pico más fuerte, eran el buitro, la buitra y le buitre.
Tomaron, pues, cromosomas de cocodrila, cocodrile y cocodrilo, zorra, zorre y zorro, buitro, buitre y buitra… y, con todos ellas, elles y ellos, engendraron unos seres de lágrima fácil (como las del cocodrilo, le cocodrile y la cocodrila), mirada huidiza (como las del zorro, le zorre y la zorra) y cuello sobresaliente (como el del buitro, le buitre y la buitra).
El color era mezcla entre verde, pardo y negro, por lo que decidieron pintarlos de blanco.
Su voracidad era enorme, gustaban de todo pero, más que nada, de carne de ternero, ternere, ternera y marisco, marisque o mariscada. Sesteaban perezosos, perezoces y perezosas, mientras aguardaban a sus presas, preses y presos, a los que engañaban con sus colores entreverados y sus actitudes, a veces, hasta amables.
Con el tiempo les realizaron un implante histológico de células especializadas, célules especializades y célulos especializados de los tejidos fonadores del loro, le lore y la lora que, convenientemente complementado con sus dosis de cromosomas, más la manipulación de un par de aminoácidos de su cadena genética, procuraron a tales engendros, engendres y engendras la facultad de emitir sonidos en forma de palabras que, con el aprendizaje y las extraordinarias cualidades de los bichos, biches y bichas, en poco tiempo se convirtieron en casi amables susurros, como de tenor, tenore o tenora, que pronto llegaron a ser su mejor arma.
Un día, el programa quebró. No se podían asumir los gastos de manutención de ni uno más de aquellos, aquelles y aquellas seres, seros y seras. Los científico, científiques y científicas, fueron abandonando; pero, antes, concluyeron que los engendros, engendres o engendras morirían sin remedio.
Entonces, decidieron averiguar la ocupación que mejor pudiera encajarles para sobrevivir en nuestro mundo de forma autónoma… y, como aquel engendro, engendre o engendra lloraba como el cocodrilo, le cocodrile y la cocodrila, era perezoso, perezoce y perezosa, no saciaba su apetito de ternero, ternere, ternera, marisco, marisque o mariscada, y vivía sólo del oportunismo que les procuraba su amable quietud, concluyeron que lo que mejor convenía era promocionarlos para miembro, miembre o miembra en la política y lo político de las autonomías y el Estado Español… y así fue cómo acabaron como concejalas, concejales, concejalos, diputados, diputadas, diputades y ministros, ministras y ministres.
¿A que este cuento parece una reverenda gilipollez?… ¡pues eso, coño!