No tengo perdón. Cuando me comprometí a escribir mis artículos, sabía perfectamente lo que iba a pasar, porque la cosa es bien sencilla: yo pienso lo que quiero y -salvo excepciones muy justificadas de pura justicia o solidaridad con la dignidad del prójimo- siempre digo lo que pienso, pase lo que pase o pese a quien le pese (y aunque me pese a mí el primero…) No es que sea santo o gilipollas, simplemente es que, como decía mi Hermano Marcelino, los que nacimos quijotes no tenemos enmienda (“ni falta”… le añadía yo)
¿Por qué voy a escribir lo que no pienso, cuando lo que pienso es lo que me parece más justo? Si hay algo que me parece bien, ¿por qué no voy a elogiarlo? Si hay algo que me parece mal, ¿por qué no voy a decirlo? Entonces, ¿por qué cuando elogio lo que está bien, todos aplauden, pero cuando planteo dudas razonables sobre asuntos espinosos, se me ponen de morros y me advierten –cariñosamente- que “me he pasao tres pueblos”?
Con mis artículos, con mis reflexiones, sólo intento el análisis más justo sobre los asuntos que nos rodean; pero si quiero ser justo (y ser justo, es serlo con todo y con todos), estoy obligado a ser objetivo; y la OBJETIVIDAD, como decía en mi último artículo, implica aparcar las creencias, la ideología, los prejuicios y las propias acotaciones socioculturales.
La Comunidad en la que vivimos es heterogénea. Que yo defienda la legalización de la Prostitución, no significa que, en cuanto se firme el Decreto, me vaya a ir de putas, sino que comprendo la situación por la que atraviesan todos los que viven o disfrutan de esta realidad social –inevitable y necesaria para ellos- y que es lógico que se planteen sus problemas y se intente normalizar en una Sociedad donde –como diría El Guerra- “cá cuá, es cá cuá”.
Más si la Objetividad que pretendo para mis reflexiones me eximiera de culpas, según algunos aún me quedaría disculparme por las palabrejas mal sonantes que utilizo. Sin embargo, para mí, las palabras sólo son palabras; otra cosa, bien distinta, es cómo las utilizamos y qué significado pretendemos darle. Personalmente, procuro utilizar todas las que me brinda el Diccionario de la R.A.E. para hacerme entendible y transmitirle al personal, lo mejor que puedo, el estado anímico con el que las escribo; por eso, siempre intento mimarlas, para que no acaben desmandándose y parezcan decir lo que no pienso. Por ejemplo: comencé escribiendo que no tengo perdón, pero como no lo pido, porque lo que escribí lo consideré justo, ahora tendría que pertrechar una frase para dejarles clara mi postura -sobre sus críticas- a los que, aún oídas mis razones, siguen machacones en el tajo. Pues bien, seguro que, al final, tendré que lamentar mi simpleza, porque la única que ahora se me ocurre, es esa tan manida que dice: “Con todos mis respetos, vuestra intransigencia me importa un pimiento” (y eso que me cuido mucho de no escribir “un carajo”, por no darle más excusas a la tabarra).
Francisco Fernández-Pro