Este jueves pasado acudí a mi cita habitual con el Festival Internacional del Teatro Romano de Mérida. En esta ocasión lo hice para presenciar la obra de Antonio Gala SÉNECA.
Hace treinta años ya que Gala confeccionó este magnífico retrato del que fuera preceptor del emperador Nerón. Séneca, el filósofo cordobés que, viviendo en la opulencia y la corrupción características de las altas esferas del antiguo Imperio, se convirtió en “el más romano de los estoicos y el más estoico de los romanos”. El hombre más consciente de la ética en la Roma imperial, pero incapaz de negarse a la tentación del poder y sus influencias más negativas. El sabio que aseguró que lo que no prohíbe la ley puede prohibirlo la honestidad; y, acto seguido, aseveró –y experimentó en carne propia- que hay menos camino de la virtud al vicio, que del vicio a la virtud.
Séneca dijo también que el primer arte que debe aprender el que aspire al poder, es el de ser capaz de soportar el odio; y, la verdad, es que siempre he sabido –y he dicho y escrito- que hay políticos honestos, pero que la corrupción deambula y habita en cualquier lugar donde exista la posibilidad de influir: de hacer favores que necesiten ser devueltos. Por eso, cuando, ejerciendo el poder, se desea mantener la integridad, hay que exponerse al odio de los contrarios o acabar huyendo de los resabiados (incluso, algunas veces, las dos cosas a la vez).
Al día siguiente de reencontrarme con Séneca, escuché en las noticias el balance que hacía Alberto Ribera sobre el último año político en nuestro país. Entre otras cosas, el líder de CIUDADANOS afirmó que su propuesta de revocar definitivamente los aforamientos de los políticos, se había topado con el rechazo frontal, tanto del PP, como de PSOE, como de PODEMOS. Inmediatamente vino hasta mi memoria, alguna de las afirmaciones que escuché el día anterior de labios de Séneca: “…El Pueblo no debe sufrir los anhelos personales de los políticos que confunden esos anhelos con el Bien Común y que, en su egolatría y su prepotencia, se erigen en salvadores de un Pueblo que, con su ineptitud, acaban por ahogar bajo las aguas…”
Dos mil años después, el Pueblo sigue narcotizado, conformándose con los juegos del Poder, ahogándose en un mar de lotos, mientras los políticos sólo se ponen de acuerdo para blindar sus ineptitudes.