En la ribera del Genil hubo un álamo
al que el Pueblo, con los años, puso nombre:
“Álamo del Puente” lo llamamos
y unió su destino con el nuestro.
Fue la Historia del álamo, la del Río
y la de esta vieja Ermita de Santa Ana,
la del aire que cantaban sus campanas
y los días que pasaron bajo el Puente.
Quizás fue arrendadero de caballo
o cama de perro vagabundo
o nido de gorrión o agujero de gusano
o confidente, quizás, de un corazón
que latió al compás de un Nuevo Mundo
que, yendo o viniendo hacia el Futuro,
al abrigo de su tronco descansara.
Este álamo fue visto por Cervantes:
vio, quizás, a Vélez de Guevara;
y, seguro, que en su corteza arrugada
dibujaron corazones traspasados
los amantes por pasiones desbordadas
que, al cobijo de su sombra, pasearon.
¿Quién sabe lo que fue, lo que ha sido
este Álamo del Puente desde siglos?,…
Sabemos que siempre estuvo en este sitio
y que aquí, en este sitio, se nos muere.
Hoy, Álamo, agradezco tus regalos:
que, aunque sólo fuera el de la sombra,
sombra fue y sombra regalada,
porque, siendo lo que fuiste, eras árbol
(raíces y Vida, primavera y savia,
la Naturaleza misma de un milagro)
y siempre fuiste nuestro…
y no pediste nada.
En la ribera del Genil hubo un álamo
que no volverá a besarse con el agua.
Francisco Fernández-Pro