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    Francisco Fernández-Pro: Letras breves… Reflexiones sobre una pandemia (III)

    Confieso que hace tres semanas, cuando publiqué la primera parte de este artículo, ya tenía casi escrito las dos siguientes, peso de tener que esperar casi un mes para no publicar de golpe un artículo tan extenso, me ha generado un problema que, para ser sincero, ya me lo veía venir desde lejos: la dinámica de los acontecimientos era tan rápida que, llegada la tercera parte, como que queda obsoleta y me siento en la necesidad de reestructurarla casi por completo.

    Es imposible rescatarse. Están gritando demasiado fuerte a nuestro lado para ignorar la estridencia, para silenciar lo que estamos escuchando y presenciando. El abismo al que nos encaminan me devuelve un eco demasiado nítido para hacer oídos sordos cuando, además, soy tan contrario genéticamente a practicar la técnica de los avestruces. Desgraciadamente, las salidas de tono que se están produciendo entre nuestros “representantes” (¡¿?!), amenazan en convertir nuestro Congreso en un Patio de Monipodio. Lo sucedido en España durante estos meses, no sólo ha propiciado el paraíso de los pícaros sino que, poco a poco, nos está llevando a la deriva de la mano de bastardos inmorales.

    Si resulta alarmante la torpeza con la que el Gobierno actuó ante la pandemia, es admirable la rapidez con la que se otorgó -a sí mismo- un enorme poder que ha provocado la involución de los derechos ciudadanos y sus libertades. Con ese poder dictan medidas que sirven para calibran la capacidad de aguante del ciudadano (¿recuerdan la rana a la que hirvieron sin que se diera cuenta, calentándole el agua poquito a poco?) De esta forma, intentan  implantar un nuevo Régimen -una “nueva normalidad”- que encuentra en el miedo al virus el arma más eficaz (pues resulta la más efectiva para adoptar cuantas medidas extraordinarias quieran tomar, sin ningún tipo de oposición).

    Sólo de esta forma han podido gestionar, con absoluta incapacidad y opacidad, un episodio tan terrible como el que hemos vivido. Los ejemplos son innumerables: han dotado a los sanitarios y a los centros hospitalarios cómo y cuándo sólo ellos saben; se han nombrado cargos y asesores a personas afines que nadie conocía y que ni siquiera reunían las condiciones requeridas para los cargos; han cesado a personas de alto prestigio por no seguir sus dictados,  cuando estos dictados eran contrarios a la legalidad o a la dignidad; se ha “negociado”. con nocturnidad, los derechos de unos españoles sobre otros (el cambalache con vascos y catalanes, ha sido de vergüenza);… Respecto al parón económico, casi todos los especialistas prevén que producirá un daño permanente e irreparable y que, si continúan alargándolo, los empleos que se están perdiendo no podrán recuperarse en años. Sin embargo, no olvidemos que las sociedades empobrecidas son las más dóciles, pues dependen de la limosna-grillete de sus gobiernos (llamémosle P.E.R. o Renta Mínima Vital)

    Está claro que el despropósito ha sido general, pero -para colmo del descaro- esta gente no sólo ha intentado sacudirse la responsabilidad de los males que han provocado sino que tratan de hacer culpable a los grupos que se les oponen por lo que están haciendo.

    En uno de sus últimos artículos, Fernando del Pino Calvo-Sotelo, se hace eco de  Hannah Arendt que, en “ Los orígenes del totalitarismo”, afirma que la mentira y el miedo son los dos instrumentos primordiales de todo gobierno totalitario: “Cuando la diferencia entre la verdad y la mentira se convierte en una mera cuestión de poder y astucia, de presión y repetición infinita, las falsedades más monstruosas se transforman en hechos incuestionables” (pilar fundamental de la política de Pablo Iglesias, no lo olvidemos). 

    Según el autor: “Gracias al alarmismo mediático, el miedo a la muerte por un virus cuya letalidad real en la inmensa mayoría de la población es muy baja, ha bastado para crear un pánico y una paranoia que interesa a quienes desean imponer formas más permanentes de restricción de libertades, control de las personas y vigilancia de sus movimientos. A este horror que intentan imponer lo llaman la nueva normalidad. Sería terrible que el autoritarismo de un gobierno con vocación totalitaria (y, aunque cómplice y primer abanderado, salvemos al PSOE, por los grandes hombres de Estado que aportó a nuestra política) alcanzara sus objetivos a través del miedo de un pueblo sugestionado por un estado de psicosis que lo ha llevado, incluso, a menospreciar sus derechos fundamentales.

    Como decía al comienzo, me hubiera gustado dedicar esta tercera parte a la concordia, a la solidaridad, a homenajear a tanta buena gente que ha regalado tiempo y esfuerzo a la causa común del bienestar de los demás. Me hubiera encantado esgrimir la excusa del Covid y el mucho dolor que nos ha causado, para realizar un llamamiento general para la construcción de puentes. Pretendía rematar este artículo sirviendo a la Esperanza -que tanto necesitamos ahora y tanto nos puede aliviar-, loar el corazón del Hombre que vive, convive y lucha por su día a día, por su familia, por el bienestar de su gente. Quería, en definitiva, hacer un quiebro en el último momento, dejar de lado los errores -¡tantos errores!- de los que nos gobiernan y, dando una larga cambiada, convertir este artículo en un homenaje a los héroes anónimos, a los ciudadanos de a pie, a todos los que somos ajenos a otros intereses que los que nos mueven para seguir viviendo en paz, en la búsqueda -desde la buena voluntad y el respeto- de la felicidad y el pan nuestro de cada día. Les aseguro que este homenaje me merecía mucho más la pena que cualquier otra cosa, porque creo que ahora, es mucho más importante volver la mirada a los que prefieren construir puentes a levantar muros, porque soy un quijote idealista y creo más en el poder del diálogo que en el de los gritos, en el sonido de la Palabra que en el de los sables, en la buena voluntad de mis vecinos que en sus rencillas; y, además, deseo -sobre todas las cosas- la Paz y la prosperidad para mis hijos y mis vecinos, porque amo y siento, profundamente, la tierra que piso y a los hombres que me acompañan.

    Sin embargo, al final, no ha podido ser, aunque me queda la íntima certeza de que el Alma de un Pueblo como el nuestro sabrá reponerse y superar a los emberrinchados e iracundos gañanes del aspaviento que, aunque intentan conducirnos, no nos merecen.

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