Llegadas las vacaciones, hago un alto en el camino, para intentar digerir esta vorágine de los últimos meses y ordenar un poco los pensamientos. Todo, además, para rematar con los bochornosos espectáculos circenses en un Congreso que, más que nunca, le han dado la razón a quien colocó a los leones en su entrada, anunciando lo que allí se cocía. Más de una vez, me han hecho desear que hubieran estado vivos… y dentro, claro.
Además, necesito este paréntesis porque, después de mi activismo político, me asombra autoanalizarme y reconocerme –según los nuevos parámetros de lo “políticamente correcto”- casi como un fascista de nuevo cuño.
Nuestra clase política ha ido polarizándose y polarizándonos, hasta el punto de dejarnos incluidos o excluidos de una clasificación fraguada, no ya por trayectoria de lucha, pensamientos o ideologías, sino por aficiones, estética, educación e, incluso, atisbo de intenciones.
Pero lo peor está resultando la intolerancia. Antes se podía ser cualquier cosa, estar en desacuerdo con el vecino y no pasaba nada; se podía ser amarillo, rojo, verde, azul, naranja, blanco, negro o gris en cualquiera de sus tonalidades. Hoy eso es impensable. Ahora, se es o no se es. No, es no. Sí, es sí. El facha y el progre lo son de por vida (aunque, en realidad –y según sople el viento y las necesidades-, todo podrá ser lo que era y lo contrario, según convenga a los pedestales y las faltriqueras).., pero lo peor, como hemos dicho, es que este etiquetado no lo determinan criterios racionales de Igualdad y Justicia o defensa de unos ideales, sino simples aficiones, irremediables inclinaciones o postureos de quitaypón. La lista de ejemplos es interminable:
Usar pegatinas, pulseritas o marcas, con una banderita de España, facha de libro; decantarse por la enseña cubana o la estelada independentista, progre a marcha martillo.
Defender el principio de mérito académico en los centros escolares, es de facha irremediable; pero optar por las evaluaciones sin evaluaciones y los cursos de paso franco, es de progresista cabal.
Defender las cuotas de género en las empresas o las listas electorales, es cosa de progresista intachable; por el contrario, apostar por la posibilidad de que cada cual opte o asuma la responsabilidad que debiera corresponderle por su capacidad y no por sus ingles, puede ser indicativo de fascista irredento.
Defender y creer en la familia tradicional, es de facha radical; y oponerse a ella, como fruto de una Sociedad Patriarcal reaccionaria, de progre iluminado.
Chapurrear el “Lenguaje no sexista” o abusar de la @, resulta de progresista avanzado; pero defender las normas lingüísticas de la R.A.E., es de fascista literal.
Manifestarse por la unidad del Estado Español, la Monarquía, la Constitución o las fuerzas del Orden Público, es ser un facha provocador; pero hacerlo por los independentistas, la república, los movimientos okupas o los homenajes públicos a terroristas de ETA, es de progresista tolerante.
Defender una Justicia que haga compatible la igualdad entre los sexos y la presunción de inocencia para todos, resulta que es de fascista machista; pero optar por leyes que, en la práctica, presuponen el privilegio de unos españoles sobre otros, dependiendo de si es hombre o es mujer, resulta ser cosa de progresista de toda la vida…. y así hasta el infinito y más allá.
He aquí mi dilema: he procurado vivir mi Vida según la educación, la ética y los principios enraizados en una Familia unida y sostenida por los principios Humanistas. Desde pequeño me inculcaron varias cuestiones esenciales, entre ellas:
1º. Hay que tratar a los demás como queremos ser tratados.
2º. Hemos de luchar y atender a los más débiles; pero no para que consigan una limosna, sino para que se les reconozcan unos derechos justos.
3º. Nadie es más que nadie y sólo es mejor que tú, quien tiene mayor bondad.
4º. Nunca mires desde arriba, pero tampoco desde abajo,… y no dejes que los demás lo hagan ni lo exijan.
Así aprendí a vivir como un quijote y astillé mi lanza miles de veces en la andadura; y así he procurado –desde mi concepción humanista- mantener estos principios, luchando por mi gente: mi familia, mis amigos, los ecijanos, los andaluces,…
Porque era andaluz, me he sentido español; y, porque era Hombre, he sentido a todos los hombres iguales (y yo siempre incluyo a todos los seres humanos en el término, porque viviéndolo así, no es necesaria otra reivindicación).
Tengo magníficos amigos homosexuales aunque soy heterosexual empedernido: me gustan las mujeres, los hombres que saben mirar de frente y aprietan mi mano cuando me la dan, las tertulias con los amigos (a ser posible, con buen vino y buenas viandas, que por eso ando entrado en carnes); y también me gusta el flamenco, el fútbol y los toros… y -para más inri- como buen quijote, siendo andalucista, bético y de Curro, a pesar de los pesares, nunca cambié buscando mejores aires, aunque me tocó disfrutar más bien poquito… ¡Pues imagínense!… Según parece, ahora, por ser y sentir así, soy un fascista. No lo sé. Lo que sí sé, es que a mi edad ya no me cambio por nada, porque –en contra de lo que decía mi admirado Groucho Marx-, yo no tengo otros principios que ofrecerles a ustedes y, si no les gustan estos, como que me da lo mismo.