Al Rvdo. Don Fernando Flores Pistón, nombrado Hijo Predilecto de Cañada Rosal el 26 de agosto de 2018.
Un día cavilaba con un amigo. Mientras yo opinaba que Dios podía considerarse como una Verdad presentida, él me replicaba que también podía serlo como el presentimiento de una mentira.
“Quizá es que no existe”, me decía; “o, quizá –le replicaba yo, acordándome del niño que quería meter en su hoyito de la playa todo el agua del océano-, es que su Naturaleza es demasiado grande para el entendimiento del Hombre”.
De pronto, en medio de aquel debate, me sobrevino la imagen de Don Fernando Flores Pistón, ese cura de pueblo del que yo digo que siempre me huele a oveja; y fue como si el cielo, de repente, se hubiera abierto de par en par para enviarme, de sopetón, el mejor fundamento para mis hipótesis.
“Dios no tiene barbas –le dije a mi amigo-, ni rostro de padre bondadoso. No es como nos lo han pintado durante siglos o lo hemos imaginado tantas veces”… Mientras hablaba, me imaginaba la llegada de Don Fernando a Cañada Rosal hace más de media centuria. Los chozos pobres, los ancianos tristes, una juventud ausente que, buscándose el pan, había tomado la patera de los sesenta. Me imaginé a Don Fernando arremangándose (como tantas veces hicieron las dos Teresas), para coger al diablo por los cuernos y dedicarse a la faena de sanar lo que estaba enfermo, reconstruir lo derrumbado, devolverle la Esperanza a los rincones de las almas (los más escondidos, los más recónditos rincones de las almas de los hombres que no esperan nada)… y recordé cómo, a través de él, Dios obró su milagro.
Un cura joven, humilde de corazón, de perfiles pequeñitos, vocecita amable –como de susurro- y con la bolsa vacía, llegó hasta Cañada Rosal hace cincuenta y cuatro años;… pero, eso sí, llegó con Dios de la mano y Dios da mucha fuerza a quien lo lleva de verdad en el corazón.
Dios es un pegamento incoloro, inodoro y, aparentemente insípido, que lo pega todo, que todo lo recompone, que llena de coraje y de dulzura lo que toca; que llena de sentido lo que se emprende de su mano y en su Nombre. Dios (cuando es Dios y ninguna otra cosa) es el Espíritu del Amor capaz de levantar Pueblos caídos y llenar de esperanza los corazones más escépticos.
En efecto, Dios podría haberse considerado el presentimiento de una mentira, pero sólo si no hubieran existido o si no existieran personas como este curilla de pueblo que huele a ovejas, pequeño, humilde, pobre y, sin embargo, capaz de transformar la realidad de tanta gente, de devolverle el futuro a un Pueblo entero, de rellenar con la Esperanza los rincones vacíos de las almas de los hombres, de unir tantas voluntades –sin que apenas lo adviertan- con ese pegamento incoloro, inodoro y, aparentemente insípido, que es el Espíritu dulce del Amor que a Don Fernando siempre lleva de la mano.
Decididamente Dios no es el presentimiento de una mentira. Don Fernando Flores Pistón nos demuestra todos los días, desde hace más de medio siglo que, más bien, es una Verdad que se siente cuando, quien lo lleva de su mano (siguiendo radicalmente las enseñanzas de Cristo), se dedica a dolerse con quien se duele, a tender puentes para unir a los hombres en la Fraternidad, a construir pueblos luchando por la Justicia y a llenar de esperanza las almas, en nombre de ese Amor que a él lo trajo hasta Cañada, en 1.964, y que a su lado permanece siempre, firme, inalterable, insobornable, entre aromas de santidad y olor a ovejas.