Llevo varias semanas haciendo rabona con mis artículos y no fue desidia sino curiosidad y un cierto temor al análisis incompleto.
En todo lo que afecta a nuestras vidas y a nuestra convivencia, durante los últimos meses están ocurriendo demasiadas cosas en las que anidan las artes del birlibirloque, la habilidad de los trileros, el disloque del confusionismo, las engañifas de los fulleros, el artificio del maquillaje. Ya recordé alguna vez que fue Mateo Alemán quien puso en boca de su Guzmán de Alfarache que la miseria y la picaresca, se extraen de la misma cantera; y aunque la miseria -cuando es el resultado de una inevitable y desgraciada pobreza- puede movernos a la solidaridad, no lo hace cuando es la consecuencia de la condición miserable de los que no saben ser otra cosa que miserables.
Llevamos años aguantando esta rémora (los últimos, los peores) y, en todo este tiempo, nos hemos limitado a patalear de vez en cuando por si alguien advertía nuestro descontento, clamar en el desierto por si alguien pudiera escucharnos (aunque fueran los camellos) y tragarnos las ruedas de todos los molinos de la comarca;… y, todo esto, mientras los miserables siguen campando a sus anchas, negociando con nuestros derechos, pisoteando nuestras esperanzas, haciendo trueques con nuestros votos, fijándose el culo a la poltrona con el sudor de nuestras frentes y ofreciéndonos el espectáculo vergonzoso de los que no saben hacer otra cosa que vivir del cuento y la charlatanería.
Para colmo, de esta pústula que sufrimos, drena el pus indeseable de un sinfín de publicaciones con las que unos y otros tratan de confundirnos, para caldear el ambiente y revolucionar los ánimo, engañándonos –descaradamente- con noticias falsas, para enfrentar a los del norte con los del sur y a los del este con los del oeste (o llámenlo, si quieren, derechas e izquierdas, constitucionalistas e independentistas, castas y descastados, machistas y feministas,meapilas y anticlericales,…) A este fenómeno de la manipulación hasta lo han bautizado en inglés que, según parece, resulta más fino: “fake news”, creo que le dicen; como si en nuestro idioma -que es muchísimo más rico- no tuviéramos palabras precisas para definir cualquier tipo de falacia. Pues yo, lo mismo que me niego a destrozar la sintaxis con ese invento esperpéntico del “leguaje de género”, me niego al esnobismo de los barbarismos inútiles por innecesarios. Aquí, la noticia falsa -o rollomacabeo detoda la vida- tiene muchísimos nombres:infundio, bulo, patraña, cuento, bola, camelo, chisme, filfa, paparrucha,…
A pesar de todo, como soy de esta bendita tierra, he preferido guardar silencio estas semanas de tanteos postelectorales, porque creo que lo mejor es saber dominar la visceralidad, analizar cuidadosamente los hechos, calibrar la estupidez de estos ineptos zampabollos de urnas, soltar todo el lastre que me infunden (la desilusión, el desprecio) y esperar a que estos mendas se me vuelvan a acercar con la sonrisa bobalicona y el cuento del oro y el moro, para poder mandar a la puñeta los anglicismos cursis de los esnobistas y soltarles la expresión más contundente y hermosa –por simplemente compleja- de nuestro andaluz universal: “¿Quéde qué? ¿Cómo? ¿Cuánto?… ¡Na ni ná!”