Cada día estoy más convencido de que los hombres somos seres a los que nos animan las mismas verdades y nos separan los dogmas inculcados. La bondad y la dignidad de las más altas verdades nos unen. La ceguera y la visceralidad de los dogmas, nos separan.
La Razón nos conduce a verdades universales como la Fraternidad, la Justicia, la Igualdad o el Bien Común. ¿Quién puede rechazar la paz surgida de estas verdades? Sin embargo, la Ira se fecunda en la divergencia de los que responden a lo inculcado por todo aquello que contradice esa Fraternidad, esa Justicia, esa Igualdad o atenta contra el Bien de todos. Aunque también es verdad que todos padecemos nuestros propios dogmas: esos que distorsionan nuestra visión de lo razonable.
Por todo esto, ante la necesidad de reflexionar sobre lo que nos está pasando -que es lo mismo que nos pasa desde siempre-, bueno sería detenernos un momento y preguntarnos: ¿Quién atenta contra estas verdades? ¿Quién alimenta estos dogmas? ¿Quién se obsesiona por ser más que sus vecinos? ¿Quién desea poseer más que los demás o estar por encima de los otros? ¿Quién reclama un privilegio del que los demás carecen? ¿Quién exige una mayor atención para sus verdades? ¿Quién rechaza el derecho que tienen los demás a defender y vivir según las suyas? ¿Quién intenta romper las normas que nos dimos para convivir en las verdades compartidas, a fin de ponerlas al servicio de sus propios dogmas?… Creo que estas deberían ser las preguntas para la reflexión y el análisis, porque sus respuestas podrían ser el indicador preciso para detectar la causa última del cáncer de una Sociedad Democrática.
Bueno sería que reflexionáramos correctamente y, al hacerlo, evitáramos nuestros propios inconvenientes: esos dogmas indeseables -que también nosotros padecemos- y que nos alejan de las verdades de los demás.