Cuando estos extremistas de la yihad porcojones, sangraron los boulevares de París, escribí un artículo que hoy podría recomenzar o recordar o, sencillamente, seguir escribiendo. Entonces fueron los bulevares que surgen desde el Arco del Triunfo y hoy ha sido la Rambla que desemboca en la Plaza de Cataluña. Lugares casi idénticos para la misma muerte sin sentido, ejecutada en nombre del mismo dios modelado desde la ira, con el barro -¡sólo barro!- de un fanatismo incomprensible para los que permanentemente buscan a otro Dios -¡tan distinto!- desde sus dudas.
Es verdad que Dios es grande para el que lo busca (tan grande que, a veces, resulta imposible comprenderlo)… Sí, Alá es grande, pero para mí nunca lo fue porque así lo desgañitaran estos monstruos asesinos a la hora de sembrar el dolor, arrollando –porque sí- tantas vidas ajenas; sino porque, para hacerlo y hacerse visible, existen personas de toda condición en este Mundo que, en nombre de cualquier Dios o de ninguno, luchan con todas sus fuerzas sirviendo a la Esperanza y haciendo más llevadera la vida de los otros.
Sin embargo, también escribí muchas veces que los hombres estamos demasiado acostumbrados a modelar dioses a nuestra medida: dioses pequeños que los hacemos nacer y crecer en cualquier parte donde el hombre habita, llevando sobre sus hombros toda nuestra impedimenta.
Este ha sido el dios de la Rambla de Barcelona: el dios minúsculo –no Dios- de la ira, del odio desatado contra todos los otros; el dios arbitrario de la venganza indiscriminada; el de la desesperanza y el espanto: el dios indeseable del pánico; el de los ríos de sangre por los puentes de Londres, las calles de Niza, los bulevares de París y nuestras ramblas… porque si aún alguien dudaba que estas ramblas también eran nuestras –de todos los españoles-, el dolor profundo que hoy sentimos ha resultado ser nuestro mejor fedatario.
Lo dije entonces y ahora lo repito: estos fanáticos descerebrados han adoptado al mismo dios que, para nuestra vergüenza, habitó entre los cruzados y construyó los calabozos de los inquisidores, llenando los siglos de intolerancia y despropósito.
Pero que no se equivoquen. Entre los noventa y nueve nombres con los que el Libro Sagrado del Corán nombra a Alá, no aparece el de Guerrero. Todo lo contrario (y también lo escribí cuando París): Él no sólo es el Clemente y el Indulgente, sino que “Es el Compasivo, el Misericordioso, el Santísimo, la Paz, Quien da Seguridad, el Custodio, el Poderoso, el Fuerte, el Sumo. ¡Gloria a Alá! ¡Está por encima de lo que Le asocian!” (Corán 59:22-23)… y está claro que este Dios al que se refiere el Libro Sagrado del Corán, no es el mismo que hoy sirvió de excusa para tanta sangre y tanta sinrazón. Por eso –por haber asociado el nombre de Alá con el terror- que a estos asesinos no los aguarden las huríes y que no sepan hallar el Paraíso de los justos… y, mientras, que las víctimas de las ramblas alcancen -en Dios- la Paz de los inocentes.