Conozco muy poco a Carmen Castilla, pero de las muchas veces que la vi actuar y de las pocas en que tuvimos la ocasión de saludarnos, deduje que era una mujer preparada, elocuente, peleona y ambiciosa; todas ellas, cualidades muy importantes para el Arte de la Política. Eso sí, me pareció también que adolecía de un defecto que podía llegar a traicionarla: su Ego (un terrible hándicap –desgraciadamente, abundantísimo- entre los políticos y los sindicalistas) Por eso, cuando la nombraron Secretaria General de la UGT de Andalucía, sentí un extraño antagonismo entre dos sensaciones bien distintas: por un lado, el orgullo íntimo por el hecho de que una ecijana y conocida, accediera a un alto cargo sindical; y, por otro, el temor de lo que podía resultar de la experiencia.
Según las investigaciones sobre la corrupción del Sindicato, en una de las conversaciones grabadas por la policía, Carmen Castilla le dijo al anterior Secretario General de la UGT-A, Francisco Fernández: “¡Vaya lío en el que me metisteis Manuel Pastrana y tú, ya os vale!”
Para mí, con estas palabras Carmen aclara su inocencia en todo este batiburrillo de entre pícaros, ladrones, sinvergüenzas corruptos y cafres de alpargatas, capa parda, mariscos de Sanlúcar y maletas de piel… pero, por desgracia, declara también fehacientemente, que le ha podido su Ego.
Sí, le ha podido su Ego; porque, si no, no se puede explicar que se haya metido en este berenjenal, sin comerlo ni beberlo.
No puede decir que no sabía nada, porque hasta yo (que no soy ugetista, ni quiero, ni se me espera) llevaba unos pocos de meses escribiendo artículos sobre la mafia del Sindicato de los sociolistos y su patética manera de defenderse ante la Juez Alaya como gato panza arriba.
Pinta mucho eso de ser Secretaria General de un Sindicato como la UGT-A. Pero todo es un espejismo porque, hoy por hoy, eso es como hacer el papelón de la compresa del chiste: estar en el mejor sitio, pero en el peor momento.
Por eso digo, que me parece a mí que el Ego le ha jugado una mala pasada a Carmen Castilla. Quizá debería haber esperado un poquitín más y dejar correr el agua. Seguro que, entonces, hubiera demostrado su valía con mayor eficacia y yo no tendría que lamentarme presintiéndola compresa… Aunque, si lo consideramos desde todos los ángulos del prisma, también pudiera ser que, si Carmen Castilla no hubiera dado ese paso desafortunado –de puro masoquista-, hoy no tendríamos ni sindicato del que hablar.
Francisco Fernández-Pro