Dicen que el espejo del alma es la mirada; y, digo yo, que será por eso que Jordi Pujol entrecierra tanto los ojos: para que no se le vea (las intenciones, digo).
Como a cualquier persona con dos dedos de frente, me fastidian –por injustos- lo estereotipos; pero hay veces que tienes que hacer verdaderos esfuerzos para que no te puedan. Igual que los andaluces tenemos fama de perezosos, los catalanes la tuvieron siempre de avariciosos y cicateros… y Jordi Pujol ha sido, durante décadas, no sólo el prototipo, sino el símbolo identitario de un catalanismo burgués desmedido.
Sin embargo, yo no creo que los catalanes se parezcan a Jordi y menos, ahora, que se ha pasado cincuenta pueblos. No es que haya rizado el rizo, es que le ha puesto tirabuzones a los caracolillos de Bisbal.
Administró la pela, miró la pela, se quedó con la pela, escondió la pela y, al final, denunció -ante la ley que se ha pasado por sus molt venerables forros- a los que advirtieron a esa misma ley que nos estaba dejando pelaos. La cosa tiene “collons” (por no decir cojones, que suena más basto y el Jordi no lo entiende)
Cuando hace años estuvieron a punto de procesarlo por este despiste de fondos, los listísimos magistrados que decidían en el Tribunal Supremo de Cataluña, opinaron que todo era una estrategia para desacreditar a la Generalidad y a los catalanes. Cosas como estas son las que me hacen pensar que no levantaremos cabeza mientras los jueces de las Instancias superiores, tengan este tipo de prejuicios o sigan siendo elegidos por los políticos.
Definitivamente Jordi Pujol no es Cataluña, ni siquiera es el prototipo de los catalanes; yo diría, más bien, que lo es de los pícaros y rateros caraduras -sin escrúpulos y sin vergüenza-, que andan siempre cavilando sobre la fórmula más efectiva de esconder la pela y la mirada.
Francisco Fernández-Pro
