La ley es la ley y otra cosa es la Justicia.
Si la Ley fuera justa, haría meses que Iñaqui Urdangarín y la Infanta Cristina estarían entre rejas; pero para eso están sus abogados: para encontrarle las vueltas a la letra de la Ley y machacarla en el despropósito.
Hace muchos artículos escribí sobre Juana I de Castilla, la Reina Loca y Cristina de Borbón, la Infanta Tonta (aquella lo era y esta se lo hace); pues bien, ahora, que el juicio contra la Fundación Nóos continúa, parece que la mujer sigue en Babia o, al menos, eso juran y perjuran sus abogados; y, lo malo, es que con el cuento llevan ya un montón de tiempo ralentizando la Justicia, sin tener en cuenta –para nada- que hay dos principios fundamentales en la Responsabilidad Penal de un individuo: primero, que el desconocimiento de la Ley no nos exime de su cumplimiento; y, segundo, que quien es mayor de edad y tiene plenas facultades mentales, es siempre responsable de lo que firma, aunque no lo haya leído (y, si no, que le pregunten a los damnificados por las preferentes y las compañías de móviles). Principios estos que, los letrados de la Infanta se quieren pasar por los soberanos forros y nunca mejor dicho.
Si a lo escrito le sumamos que el atenuante que esgrimen abogados es que la Señora firmaba inocentemente esos documentos millonarios sin tener conocimiento de Economía o de finanzas y sabemos –porque es público y notorio- que Cristina trabaja, desde hace años, como alto cargo de la Caixa (precisamente la Entidad de Lapela que, desde que se chupó al MontedePiedad de mis entretelas, me cobra comisiones hasta por las dioptrías del astimagtismo), la cosa es como que la entiendo menos todavía y estas maniobras de leguleyos y picapleitos sin escrúpulos, me escuecen mucho más en las neuronas de lascosasclaras.
Definitivamente, la ley es una cosa y la Justicia es otra bien distinta: la Justicia se rige, invariablemente, por lo Razón, mientras que la Ley puede tener muchas lecturas. Quizá, por eso la Ley es tergiversable y personajes como Cristina de Borbón –que tienen para pagar “buenos” tergiversadores que la tergiversen-, pueden llegar a salvar sus pellejos o ir demorando el desuello, mientras que a cualquier desgraciado robagallinas, los juzgados les tienen ya los culos apicholaos.