Alguien dijo que la mejor forma de llegar a ser desgraciado es intentar quedar bien con todo el mundo. Estoy con él: por quedar bien, no podemos aceptar que algo es blanco y negro a la vez. Tengo claro que, para el que tiene un poquito de vergüenza y cree en la dignidad, la incoherencia es el camino más corto a la infelicidad. Por eso la objetividad resulta tan necesaria.
Confieso que ejerzo de abogado del diablo con mucha más frecuencia de la que dicta la prudencia, pero es que pienso que es la mejor forma de conseguir la Objetividad. Cuando dialogo con alguien coherente, procuro aprender del que sabe más que yo o -si es el caso- aportar mi granito de arena a los conocimientos o argumentos de los que me piden opinión. Pero, en cambio, cuando entro en discusión con un inmovilista, no puedo dejar de rebatir sus dogmas, sus verdades absolutas. Tal es así que, después de hablar con cualquier sectario de izquierdas, me acaban calificando de fascista; pero cuando mi interlocutor es de derechas, me tildan de rojo. Algún capillita extremo me declaró ateo y, sin embargo, más de un ateo me tiene por meapilas. Lo confieso: es mi cruz, mi santo y mi seña… y, además, me encanta porque creo que, cuando deje de ser así, me estaré equivocando.
La Coherencia –que debe nacer de la Objetividad- es la lucha permanente que mantenemos los hombres, por un lado, contra nuestra tendencia a beneficiarnos de las circunstancias de cada momento; y, por otro, contra la debilidad que sentimos por refugiarnos en los extremos.
Si los intereses espurios son indignos, los extremos son terribles; no sólo por la promiscuidad con la que en ellos nacen, crecen y actúan los fanatismos de los dogmas y las verdades absolutas, sino porque, además, en los extremos anida el conformismo y la desinformación de aquellos que, afirmando saberlo todo y tenerlo todo claro, nunca se cuestionan lo que saben y rechazan el análisis de cualquier otra hipótesis. Si la premisa del sabio es “saber que no sabe nada”, la del necio ignorante es la de vivir en la conformidad de que todo lo sabe. Sin embargo, el Hombre es más libre mientras más conciencia tiene de sus errores y, como contraposición, lo será menos mientras más seguro se encuentre de sus certezas infalibles, porque esa firmeza le hará innecesaria cualquier duda y su seguridad le impedirá acceder a lo que desconoce.
Además, la Libertad es el derecho a elegir entre distintas opciones y es la antítesis de la Ignorancia; por tanto, nunca ignora las hipótesis contrarias. A medida que sabemos más –que nos informamos mejor-, la Objetividad se incrementa; muchas veces hasta el punto –si queremos mantener nuestra coherencia- de obligarnos a modificar criterios y actitudes.
Así de jodida es la objetividad. Más, con todo, resulta gratificante el reto de alcanzarla porque, aunque para tantos sectarios y extremistas, hoy me pinta rojo y mañana azul, pasado me hace ateo y el siguiente meapilas; esta maravillosa Objetividad -que me obliga a escuchar a los que saben más y me ha impulsado a formarme consciente de que lo que hoy aprendo mañana puede alterarse, pues nada es inamovible-; es la misma que me demuestra que siempre podemos equivocarnos, porque ninguna Verdad es absoluta.