Comienza agosto y, con él, las vacaciones oficiales de los señores congresistas -que las oficiosas se extienden algunos meses más-, sólo que este año tan atípico no podía pasar como otros y había que rizar el rizo para llegar, hasta el final, haciendo el memo. Por eso, los dos últimos episodios nacionales, han sido de antología.
El penúltimo fue el del “pasillo de los títeres”. No me explico tanta euforia irresponsable por un rescate financiero. Sánchez tuvo que ir a Europa porque, durante el tiempo que nos ha gobernado, no sólo no ha sabido gestionar España y frenar la caída que hemos padecido, sino que -además- con el sobrepeso de Iglesias y su “troupe”, nos ha condenado a una caída mucho más acelerada. Ante la ruina declarada, Pedro se fue a Bruselas para llorarle a nuestros socios -que ellos sí habían hecho sus deberes- y, como era lógico, regresó con el rabo entre las patas y empeñado hasta las cejas. Europa no nos subvenciona, sino que nos presta y, además, nos vigilará para ver en qué nos gastamos la pasta (pensándolo bien, este celo puede ser el que, al final, acabe salvándonos de las garrapatas indocumentadas que nos están chupando hasta el tuétano). Sin embargo, Pedro Sánchez -que siempre busca la fotografía ostentosa, el gesto propagandístico- intentó hacer del pecado, virtud y, a su llegada, puso en fila a sus ministros para que lo recibieran entre aplausos; más, como no le bastó, llamó a rebato para el día siguiente a todos sus diputados que, saltándose las normas acordadas por la propia cámara, comparecieron -irresponsablemente- ignorando la proporción del 50% y el distanciamiento obligado, no sólo para evitar el “jodío” coronavirus sino -sobre todo- por dar ejemplo ante los españoles de cordura y coherencia con los acuerdos adoptados y las medidas preventivas para la pandemia establecidas por el propio gobierno.
Más si esto fuera poco, ocurrió el último episodio. Fue al día siguiente, en la reunión de los presidentes de las comunidades autónomas. Todos teníamos asumidos que, como casi siempre, el del País Vasco no comparecería y, por supuesto, ni contar con “King” Torra, “el Usurpador”. Sin embargo, nos equivocamos: Urkullu compareció, aunque dejando bien clarito que lo hacía porque había llegado a unos acuerdos previos con Pedro Sánchez, por los que se reconocía el pago de la deuda pendiente con Euskadi y sus especiales diferencias. Es decir: más dinero y privilegios para los vascos que para los demás. Más claro, agua.
Estos últimos disparates -que sólo han sido un pálido reflejo de lo que llevamos sufrido con este gobierno-, me conducen a una reflexión que, confieso, también me la hice alguna vez cuando gobernaba el PP: si las medidas de las que estamos hablando, tienen que ser aprobadas por el Congreso de los Diputados, ¿en qué piensan los congresistas andaluces que le votan Sí a este agravio, que permiten esta sinrazón contra Andalucía?
Por comunidades, la mayoría de miembros que integran nuestro Congreso los eligen los andaluces: sesenta y uno, en total. ¿Se imaginan si todos estuvieran, realmente, al servicio de nuestra tierra y no permitieran que fuera agraviada? Sin embargo, les puede el sueldo y las dietas, dos pesadísimas impedimentas que llevan implícita la disciplina del voto, las consignas pactadas, cualquier perjuicio a los andaluces que los votaron. Los partidos buscan para sus escaños gente así: títeres de buche agradecido, carácter manso y servicial conformismo, capaces de tragarse orgullos y sapos, para adormecer la conciencia y acabar votando lo que se les manda o haciendo “jileras” de honor, para rellenar -así- el cupo de “la clac” que, constantemente, demanda su presidente.