Desde siempre tuve por costumbre tener un par de libros en la mesilla de noche que, con el tiempo, iban siendo sustituidos por otros. Algunos llegaban y se iban rápidamente, pero otros se quedaban sine die, e incluso para siempre. Libros muy distintos, en verso o en prosa: novelas, teatro, monografías; y que, sin darme cuenta, fueron modelando el Espíritu que ahora soy. De hecho, pienso -cuando pienso- que nuestro Espíritu es el resultado de lo que vivimos y lo que leemos.
Inicio así este artículo, porque hace sólo unos días, la Real Academia “Luis Vélez de Guevara” inició un nuevo Curso y creo que es bueno detenerse, aunque sólo sean unos momentos, para reflexionar sobre el Espíritu Académico, que yo tanto reivindiqué, cada vez que tuve la ocasión de hablar en su Tribuna. Un Espíritu que nos obliga a la justicia, a la coherencia, a la independencia y al servicio de los demás.
Pues bien, de todos los libros de cabecera de los que hablaba, hay tres en los que, sin duda, pueden hallarse algunos de los matices de este Academicismo que propongo. Por un lado, “Los Diálogos” que escribiera el fundador de la primera Academia, Platón; por otro, “Camino”, el que pensara José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei; y el tercero, un libro pequeño, llamado “El canto del pájaro”, en el que Anthony de Melló, desentraña el espíritu zen a través de una colección de deliciosos relatos, cuasi fábulas.
Platón nos descubre a su Maestro, Sócrates y, con él, su estoicismo, su enorme entereza, su honradez y, con todo, su mayor virtud: la coherencia. Una coherencia que le lleva a renunciar a la huída, beber la cicuta y morir -siendo inocente-, por defender unas leyes en las que creía, pero que lo condenaban injustamente. Para él, la Justicia ya no estaba en la Ley que lo condenaba, sino en la naturaleza del respeto que le debía a esa Ley, a la que tanto había defendido y que se había vuelto contra él.
Es la coherencia que Monseñor Escrivá exige también –puro Humanismo-, cuando escribe: “Que sea tal tu compostura y tu conversación, que todos digan, al verte o al oírte hablar: éste lee la Vida de Cristo”. La misma que nos advierte que debemos ser consecuentes con nuestra libertad de elección, aunque esa libertad –esa independencia-, implique que haya algunos a los que no les gusten nuestros actos, porque “no somos como las monedas, que le gustan a todo el mundo”.
Ahora, a la Justicia, la Independencia y la Coherencia, sumémosle la Tolerancia; y, para ello, recordemos el cuento que Anthony de Melló escribió sobre el mono que, a la orilla de un río, sacaba peces del agua y los colgaba de las ramas del árbol, con la única y sana intención, de que no se ahogaran las criaturas.
Justicia, Independencia, Coherencia y Tolerancia: los pilares del Espíritu Académico que nunca debemos olvidar los que queremos vivirlo, el que nunca debe faltar en la mesa de trabajo de los que, un día, fuimos elegidos para servirlo.
Es bueno que ahora, cuando iniciamos un nuevo Curso, no sólo los que nos llamamos académicos, sino todos los ciudadanos, nos detengamos unos instantes para reflexionar sobre estas premisas en las que debe apoyarse el Espíritu que nos obliga a ser justos, coherentes y, desde nuestra independencia, servidores de los otros hombres.
Francisco Fernández-Pro