Cristóbal Colón era tachado de loco; y todo, porque pensaba que la Tierra no era plana, ya que el sentido común (que aún no conocía la Ley de la Gravedad) indicaba que, de ser redonda, los que vivieran en la zona baja estarían siempre cayéndose al vacío. Ejemplos como este me enseñaron que el llamado “sentido común” (el que comparte la mayoría de la gente), muchas veces no es el sentido más acertado, ya que es un sentido que sólo se alimenta de lo poco que conocemos (omitiendo, sin embargo, lo mucho que ignoramos).
Por esta razón, confieso que siento un gran escepticismo sobre la sempiterna e infalible razón del Pueblo. Es verdad que Pueblo suele tener la razón, pero no siempre; porque el Pueblo, por desgracia -entre la inevitable ignorancia de unos, la justa ira de otros y los agravios comparativos entre unos y otros-, muchas veces tira por la calle de en medio y acaba empotrándose en las razones de la Sinrazón (y, si no, que les pregunten a los fascistas italianos, a los alemanes del nacional-socialismo o a los chavistas de Venezuela…)
Esta forma de sinrazón la observé por primera vez allá por 1979, cuando en las Elecciones Generales celebradas aquel año, en las urnas ecijanas Herri Batasuna –el Partido que surgió de las entrañas de ETA- sacó cerca de una decena de votos en nuestra ciudad. Tratando de hallarle un por qué a este fenómeno –inaudito para mí-, llegué a la conclusión de que esos pocos votos pertenecían a la ignorancia o a la represión; votos de los que ni siquiera sabían qué votaban o votos de los antisistema, antiguardiaciviles o antigrises de los de entonces,… A fin de cuentas, por aquellos años aún quedaban cicatrices abiertas y gente descontenta, sin voluntad alguna de reconciliación. Menos mal que fueron los menos.
El problema regresa y, para mí, que ahora es más grave, porque la sinrazón tiene los mismos tintes de entonces (la misma ignorancia y la misma ira), pero esta vez se ha incrementado por mucho la expectativa de estos votos.
Paradójicamente, en plena Democracia (y dada la nefasta gestión política de años y años de inútiles comeollas y pícaros indecentes de todos los colores) la mayoría de la gente anda más cabreada que nunca y siente –más que nunca- los agravios comparativos entre ricos y pobres, entre catalanes y andaluces, entre empresarios y trabajadores, entre políticos y todos los demás; y, para más inri, ahora –además- no existe ningún espíritu de reconciliación que amortigüe el descontento de esas mayorías.
Me podrán llamar agorero (y algunos hasta antidemócrata, por poner en cuestión la sabiduría del Pueblo y el respeto que se merecen los votos de los ciudadanos), pero lo digo como lo siento: presiento este fenómeno como un verdadero peligro para todos, porque el Pueblo puede caer en el error de votar –con la mayoría de un “sentido común” contaminado y envenenado- a los oportunistas antisistemas de las promesas fáciles, los disparates y los desbarates para, al final, dejarnos estrellados a todos –como tantos se estrellaron a lo largo de la Historia- en esa Sinrazón de los cabreados y de los necios.
Francisco Fernández-Pro