Durante los últimos años, algunos de los movimientos políticos en nuestro país me han parecido tan incomprensibles, que me han provocado cabreos mayúsculos, hasta alimentar en mí el mayor de los escepticismos. Pero, con todo –y quien me conoce lo puede corroborar-, así como he criticado a los tiranos de derecha y de izquierda (incluso a los que compartieron mis propias ideas), he mantenido en el mayor de los respetos hacia los políticos que han sabido servir al Pueblo o, al menos, lo han intentado de la mejor manera que han sabido.
Así, si por la derecha, he criticado la explotación indiscriminada de los trabajadores o las leyes que permiten el desamparo de los débiles (desde los contratos basuras o los recortes en sanidad, al abuso de la letra chica de los bancos a la hora de ofrecer una hipoteca o una preferente); por la izquierda, me he mostrado contrario a las posturas extremas de los practicantes de tanta “progresía” despistada (y no digamos de los contrasentidos en que incurren algunos independentistas y todos los hembristas por antonomasia) Todo esto, hasta el punto de opinar muchas veces –como Machado- que en esta España nuestra, resulta mucho más difícil encontrar a un hombre que piense que a nueve que embistan.
Más con todo -y a pesar de lo dicho-, siempre he creído fundamental el necesario equilibrio de fuerzas entre los dos principales partidos de nuestro Arco Parlamentario: el PSOE y el PP. Pienso que, sociológicamente, entrambos representan con largura la gran clase media de nuestro país. La verdadera clase trabajadora, la mantenedora, la pagana, la que siempre fue llamada la mayoría silenciosa, que huye de los bullicios callejeros, los cambios a cualquier precio y las manifestaciones contra un Sistema que –mejor o peor- es el que lo ha mantenido durante toda su vida y le ha permitido levantarse cada mañana en un país que, hace ya muchos años, se ganó la libertad y –con ella- el derecho de sus ciudadanos a vivir tranquilos y en paz.
Siempre es necesario este equilibrio entre la derecha y la izquierda, para no tener que apechugar con tiranos de derechas ni de izquierdas. Por eso es tan importante que, llegado el momento, ambos partidos actúen -como deben, con sentido de Estado- por el bien de toda esa gran mayoría de ciudadanos y por el necesario equilibrio entre ellos.
Por todo esto, admiré a Suárez cuando dejó su sillón por el bien de todos. Después, admiré el sentido de Estado de Felipe González y el de Aznar (yéndose sin forzar la máquina), el de Pérez Rubalcaba (marchándose cuando debía),… y, por todo esto, ahora no entiendo el empecinamiento de este Pedro Sánchez que, fulminada su columna vertebral, pretende seguir dando pasos con la ayuda de dos muletas tan poco fiables como Podemos (el partido antisistema que desea enterrar definitivamente al PSOE) y los independentistas (que, flagrantemente, atentan contra dos de las ideas fundamentales del PSOE: el Constitucionalismo y el Federalismo).
Pienso que Pedro Sánchez, con sus ocurrencias, ha sufrido una terrible metamorfosis, que lo ha hecho transformarse de Secretario General de uno de los partidos históricos más necesarios para nuestro país, en el zombi cándido (por muerto y por ingenuo) de una historia de terror en la que, al paso que vamos, no va a quedar ni el portero automático de la calle Ferraz.