Un sarampión es fastidioso, pero hay que reconocer que tiene una cosa buena: una vez que lo pasamos, nos deja inmunizados para siempre. Pues bien, digo yo que lo que está ocurriendo con los independentistas catalanes, es algo así como un sarpullío comparado con el Sarampión del 23-F.
En el año 1981, tras el fallido golpe de Estado, nuestra Democracia se vio, no sólo fortalecida, sino inmunizada casi a perpetuidad. Las Instituciones comenzaron a tomarse mucho más en serio sus responsabilidades y los políticos fueron conscientes de que no podían andar tirándose los trastos a la cabeza, cuando la conciencia política del Pueblo se encontraba tan expectante y la convivencia entre los ciudadanos era tan frágil todavía.
Aquel golpe de Estado le abrió los ojos a muchos españoles, que se dieron cuenta de que en una Sociedad civilizada, las cosas no se arreglan a pedradas, ni con continuas recriminaciones, recíprocos agravios comparativos o represiones demoradas. Se tuvo que ceder, hubo gente que tuvo que hacer un verdadero ejercicio de generosidad, muchos de desmemoria, otros de prudencia e, incluso, algunos de lealtad amordazada. Era necesario hacerlo por el bien de la Sociedad que estábamos construyendo y todos maduramos democráticamente, asumiendo -¡por fin!- la conciencia de Estado Común (de todos, ganado por todos) que antes no teníamos.
En los independentistas catalanes se está repitiendo lo que nos pasaba entonces: llevan un montón de meses haciendo el ganso, manteniendo posturas cerriles, manipulando cualquier discurso para amoldarlo a sus frágiles argumentos y a sus actos -inconsecuentes con cualquier otra razón distinta a la suya-, apedreando el propio tejado, recriminando todo lo ajeno, denunciando agravios imaginarios, enfrentando a los unos con todos los demás. Han perdido la memoria de la Historia (de todo lo que Cataluña ha ganado siendo España desde siempre y de lo que perdió cuando otros anduvieron los pasos que ellos intentan dar); han aparcado toda prudencia y, un cada vez más desconocido, Arturo Más –ya con las orejas tiesas ante la visión de los tribunales- quema sus últimos cartuchos, lanzando discursos casi clonados de las visionarias soflamas de Nicolás Maduro (supongo que porque a los dos les aqueja el mismo mal y les acosan idénticos temores).
Sin embargo –y sin darse cuenta-, con su proceder, sus alianzas, sus imprudencias, sus manipulaciones y su desmemoria, Arturo Más puede estar haciéndonos un favor mayúsculo a los españoles y, sobre todo, a los catalanes: el de inmunizarnos y devolvernos, otra vez, la conciencia de Estado que él ha perdido (y no se me ocurre decir que también “ha perdido el norte”, no vaya a ser que -por esas cosas del demonio- se nos aparezca por el sur;… porque aquí, con los sinvergüenzas y los caraduras que tenemos, hace unos pocos de años que ya cubrimos el cupo).