Cada vez me cuesta más despistarme de lo que está pasando en Madrid; y eso, que me digo a mí mismo que no soy madrileño y que bastante señalado, prejuzgado y condenado me tienen ya, como para ir escribiendo por ahí algo que pueda parecer, por asomo, que contradice los dogmas de cualquier cédula con ínfulas de progresía. Pero es que no tengo más remedio porque creo que, cuando se advierten ciertos desmadres, manifestarse debidamente resulta -más que un desahogo- una obligación ética para cualquier quijote que, como yo, se encuentra en la tesitura de salir al encuentro de la sinrazón. Más aún porque no es solamente Madrid quien sufre de este mal, sino que ha invadido toda España: ciudad por ciudad, barrio por barrio y casa por casa.
Era algo inevitable que, además, un servidor de ustedes venía barruntando y advirtiendo desde estos artículos, cuando hará siete u ocho años vi aparecer la jeta de Pablo Iglesias por el horizonte de la política, chorreando consignas antiguas de otras épocas y babeando un odio mamado desde niño, por los rincones perdidos de antiquísimas checas y octavillas revolucionarias de un FRAP fascista y trasnochado. Malos pilares eran estos para cualquier político, nefastos para el diálogo, la concordia, la tolerancia, el respeto mutuo y la clara visión de una Sociedad Democrática.
Por eso, desde el principio -y testigos son mis artículos de entonces- mantuve la mosca en la oreja y mis objeciones durante tantas letras, a medida que el tiempo avanzaba y la discordia crecía en proporción directa al odio desparramado.
Lógicamente, me han llamado de todo, a pesar de que he mantenido y mantengo buenas relaciones con miembros de Podemos a los que considero excelentes personas (entre ellos, Pablo y Mario, los que han sido sus líderes en las Municipales de esta ciudad). Siempre respondí a los que se dirigieron a mí con la educación y el respeto con los que yo los traté y, de esta forma, logramos intercambiar argumentos y posturas. De otros muchos pasé directamente porque, a veces, el silencio es la mejor respuesta a los perros que nos ladran por las cunetas.
Pilares tan débiles como los de un populista con los genes de Iglesias no podían resistir el paso del tiempo. A la gente se le puede engañar, pero no durante todo el tiempo; y si Pablo -como si fuera un gesto heroico- se ha tirado al ruedo de Madrid ha sido, única y exclusivamente, porque intuyó que Podemos podía perder lo poquito que le quedaba después de la debacle en Galicia y Euskadi. La realidad le ha dado un sopapo y lo ha puesto a trabajar: se ha dado cuenta de que, si no se movía, ya mismo -a lo peor- no podría ni pagar la hipoteca del chalé. Eso le exigía un golpe de efecto y, lo que se le ha ocurrido, es tirarse de espontáneo al Ruedo de Madrid intentando una faena de alivio a ver qué pasa. Eso sí: la taleguilla se la trajo con todos sus recursos de trilero y con la mala baba rezumando entre la cruz de la espada y el vuelo de la muletilla.
Pero creo que ha calculado mal. A Pablo Iglesias ya se le ve venir desde lejos y, aunque encuentra eco en los poquitos que le van quedando, la mayoría de los ciudadanos está cada vez más harta de los inventos y artificios, de las histriónicas puestas en escena, de los descarados periodistas a colores, de los aspavientos miserables, de los odios chorreados, del esperpento y de la farsa.
Para finalizar este desahogo, confieso que tengo por lícito y deseable que cualquier ciudadano piense lo que quiera y defienda sus ideas pacíficamente. Creo que son lícitos todos los partidos políticos que se atienen al Sistema Democrático que nos hemos dado y a la Constitución que lo ampara. Lícito y deseable es el diálogo y la puesta en común entre los hombres y los partidos. En consecuencia -y por el contrario-, debemos condenar cualquier tipo de violencia que perjudique o impida este entendimiento o esta expresión en libertad. Por tanto, creo obligado el respeto que se deben los políticos entre sí, que nos deben a los ciudadanos y que nos debemos todos.
Expresado lo cual, lo que me parece una desdicha es verme obligado a escribir un artículo como este (intentando defender una ética y unos principios básicos que deberían ser la norma en una España Democrática y que ya lo fueron durante años y toda una Transición-) porque a un chaval de Vallecas, venido desde Galapagar, se le ha ocurrido saltar de espontáneo al Ruedo del Presente, con una muletilla raída de años antiguos y una espada enmohecida por los odios viejos.
¡Que suene el clarín, por favor… y salgan ya las mulillas!