Cada día que pasa me alegro más de haber abandonado la militancia de un partido. No por el partido que fue (y que ya no es), sino porque el hacerlo me permitió distanciarme de los partidismos y quedarme tal cual soy (que es como fui y me sentí siempre): demócrata cristiano, progresista, federalista y -tras veinte años de militancia activa- con las ideas meridianamente claras sobre lo pros y los contras de las formaciones políticas: su disciplina, sus estructuras y sus armazones de poder piramidal.
Hoy, no teniendo nada que me condicione y escarmentado de las filias y las fobias con las que nos alimentan y aleccionan (directamente a los militantes e indirectamente a los simpatizantes de los partidos), me resulta bastante más fácil la objetividad. Es más, ahora disfruto distanciándome de los hechos para poder analizarlos y adivinando las posturas que cada cual adoptará, según esas filias y fobias de derechas e izquierdas (que en ambas existen restándole razones y lógica) e, incluso adivinando los intereses espurios de algunos que intentan disimularlos con charlatanería de timador de ferias.
Es curioso, por ejemplo, analizar lo que se cuelga en Internet. Las derechas y las izquierdas caen en los mismos errores, en idénticos disimulos; quizá porque ambas se sustentan de las filias por lo propio y las fobias contra lo ajeno, sin importarles (¿para qué?) la naturaleza real de los hechos y sin querer reconocer que ni la honestidad es un privilegio exclusivo de una ideología, ni la corrupción un pecado al que sea inmune cualquiera de las partes.
Estas últimas semanas, con el asunto del referéndum catalán, los foros se han convertido en un verdadero circo. Si ignorar la corrupción generalizada es un error mayúsculo, minimizar el problema de Cataluña o defender la ilegalidad que se pretende para obtener réditos, poniendo a parir a los adversarios constitucionalistas, puede acabar convirtiéndose en un verdadero desastre. Así se advierte en la mayoría de los foros de Internet que tratan el tema. Al final, acaban convirtiéndose en auténticos diálogos para sordos, en los que se ponen en evidencia los peregrinos argumentos con los que se manipula al personal.
La objetividad nos impide obviar tanto la corrupción en la que vivimos como el desafío al que nos enfrentamos. Por eso pienso que lo mejor es priorizar para salir de la estacada. Prioricemos y resolvamos: solucionemos el problema catalán y, después, legislemos de una puñetera vez para poner fin a la corrupción tan enquistada que padecemos… Pero ambas cosas hagámoslas con la unanimidad y la firmeza que nos exigen los ciudadanos de todos los colores y de todos los lugares, aunque eso implique llenar las cárceles de España de independentistas y de no independentistas, de derechas y de izquierdas.