Hoy, domingo, cuando sólo hace cuarenta y ocho horas que presenté la primera novela de mi queridísimo amigo y contertulio, Diego Lamoneda Díaz, “Mujeres de Istiya”, un numerosísimo grupo de amigos de Écija y Cañada Rosal, homenajearemos a Don Fernando Flores Pistón, “el cura de Cañada” que, para muchos, pasa por ser un “curita” salido de una película de Martínez Soria y que, sin embargo, para mí, es uno de los santos con sotana que más me huelen a oveja en esta bendita Archidiósesis de Sevilla… y traigo a colación ambos asuntos porque, aunque parezca que no tienen nada que ver el uno con el otro, los dos me hacen reflexionar sobre este mes de la Navidad.
Diego convierte su novela, ambientada en la Écija del siglo XIX, en un homenaje a las mujeres más humildes y peor tratadas por nuestra Sociedad. Con ese homenaje, una vez más, mi querido Amigo, que es un quijote de los pies a la cabeza, se alinea con los débiles y vuelve al ataque contra las injusticias, los abusos y, de paso, reivindica la dignidad de todos los seres humanos. El Humanismo con que impregna Diego su obra, se sustenta en la misma base que, desde hace más de cincuenta años, ha hecho que “el Cura de Cañada” volcara toda su vida en la gente de su Pueblo, hasta el punto de haber transformado la realidad social en que vivían.
Diego y Fernando, Fernando y Diego, son igual de quijotes, luchan por los mismos ideales, defienden idénticas causas. Quizá Diego, porque considera que todos los hombres tienen derecho a una dignidad inalienable; y, quizá, Fernando, porque adivina -en cada ser humano- a ese Cristo vivo permanentemente camino de su calvario.
Conozco humanistas que se dicen ateos y que sólo consideran un Humanismo conductal, un Humanismo ético; pero la Revolución de Jesús fue, precisamente, ese Humanismo que proclama la dignidad individual del ser humano y sus principios, son claros: “Ama al prójimo como a ti mismo”, “Haz con los demás, lo que quisieras que hicieran contigo”.
Comienza diciembre, el mes de la Navidad. En ella conmemoramos el nacimiento del líder de esta Revolución. Por eso, es un mes para mirar al otro a los ojos y considerarlo un igual, un amigo, un hermano, un ser al que hemos de procurarle su derecho para vivir con dignidad: y, si no es por Amor, que sea por Justicia. Es un mes para compartir.
No lo celebremos comprando lo innecesario; si es verdad que somos creyentes o, simplemente humanistas, mucha mayor felicidad debería procurarnos poder compartir con los demás lo que pudieran necesitar. A fin de cuentas, si Jesús hubiera querido otra cosa, en vez de nacer en un pobre pesebre de Belén, hubiera nacido en la planta para bebés del El Corte Inglés.