Resulta jodío esto de ser quijote de los desfavorecidos y de los menesterosos. Para muchos más hombres de los que pensamos, resulta más fácil el egoísmo que la solidaridad, el devaneo que la coherencia. A veces, cuando vemos cómo se comportan los seres humanos, da la impresión de que ser humanista, no es sino un ejercicio de puro masoquismo.
Acababa de estrellarse un avión en los Alpes cuando, en las redes sociales lo más visible no era el pesar por tanta sangre de hombres desparramados por la nieve, sino la indignación que provocaba en los foros de los tontolabas y los niñatosdemediopelo, que Telecinco -¡por fin y por una vez!- hubiera antepuesto la sensatez del respeto a la incongruencia de la morralla y la rentabilidad de sus audiencias.
Para un mogollón de descerebrados telecinqueros, suspender un programa manido de putonesverbeneros para dar la noticia de tantos muertos, resultaba incomprensible y era motivo de irritación. Inevitablemente, la mía fue pensarme imbécil por quijote de una vida a favor de toda esa gente (¡tantos años perdidos, desperdiciados en una lucha por la Justicia y la Razón en la que creo, para seguir hallándome con la misma mierda de siempre!)
Fue de sopetón que me descabalgó Rocinante: los gigantes se me convirtieron en molinos de viento y la visión que tenía de esa belleza sin par de Dulcinea, se topó de golpe con la áspera realidad de esta Aldonza Lorenza de las insanas ladillas y los ventorrillos cutres.