Siempre pensé –y así lo escribí- que Arturo Más lo que pretendía con su movida independentista, era crear una cortina de humo para tapar años de una gestión nefasta y toda la corrupción que rodeaba a su partido; y el tiempo –en el que tanto confío- va poniendo las cosas en su sitio.
Manipular al Pueblo puede ser bastante fácil. Sólo se necesita provocar sus instintos más básicos (pan y circo) o sus fobias más recalcitrantes (la ira inducida puede ser el mejor cortafuego contra la razón indignada de los justos)
Arturo Más conoce a sus paisanos y sabe que, aunque los catalanes adoran la pela, a muchos les tira más el agravio perpetuo con Madrid y el resto de las Españas. De hecho, para los más cerriles, una nefasta gestión y un montón de corruptelas, puede quedarse en nada si les ponen el Centralismo del Estado atado a una caña. Para muchos catalanes, una simple proclama contra el Gobierno opresor de Madrid, hace olvidar cualquier injusticia o cualquier putada más cercana. Arturo Más lo sabe y, por eso, en cuanto pudo hacerlo –y antes de tener que rendir sus cuentas- se alió con ERC y puso la zanahoria del independentismo en la punta del palo. Luego montó un circo con sus malabarismos legales, sus saltos mortales y sus payasadas.
Sin embargo, a pesar de todas sus maniobras, la cosa se desinfla por momentos. Las últimas encuestas –incluyendo las de la propia Generalidad- revelan que los catalanes están cambiando la tendencia de forma palpable y que, cada vez, son menos los que pasan por el aro de Más… y este dato es mucho más importante de lo que pudiera parecernos, porque indica que el Pueblo cada día es menos manipulable, está más preparado.
En el año 1934, en plena República, sucedió exactamente lo mismo que ha estado pasando hasta ahora. Se diría que los prolegómenos están calcados de los de entonces: ante la pasividad del Gobierno de la República, la burguesía catalana hizo piña con un partido recién creado y de distinta tendencia, ERC, para presentarse juntos en unas elecciones de ámbito municipal y regional. El objetivo que los unía era declarar un Estado Independiente Catalán, saltándose a la torera unas Leyes del Estado que, como ocurre ahora, no les permitían hacerlo.
Hasta aquí, todo ha ocurrido de idéntica forma; sin embargo, por aquel entonces el nivel de preparación del personal y los medios de comunicación eran muy distintos y no hubo nada que pudiera contrarrestar esa ira provocada y dirigida. De esta forma, los independentistas obtuvieron una mayoría suficiente (en votos y no sólo en escaños, como ahora pretende Más) y el día 6 de octubre proclamaron el Estado Catalán de la República Federal Española.
Fue entonces cuando, tal como le exigía la Ley, el Gobierno de la República intervino. El resultado fue terrible para todos. El invento sólo duró veinte horas, tras las cuales se contabilizaron 46 muertos y más de 3.000 personas encarceladas y puestas bajo la jurisdicción de los consejos de guerra; los pocos militares que habían formando parte de la insurrección, fueron condenados a muerte; el Presidente de la Generalidad y los miembros de su gobierno fueron condenados por «rebelión militar» a 30 años de prisión. Se clausuraron centros políticos, sindicales y periódicos; se disolvieron ayuntamientos. La autonomía catalana fue suspendida indefinidamente y la Generalidad de Cataluña se sustituyó por un organismo, el Consell de la Generalitat, designado por el Gobierno de la República y presidido por un Gobernador General de Cataluña.
Pues bien, si nos fijamos, hasta el cambio de tendencia que se ha producido últimamente, la triste historia de octubre de 1934 se estaba convirtiendo –punto por punto- en la calcomanía de la situación a la que nos ha llevado Arturo Más. Aún así, el hombre sigue con el órdago, amenazando con no tener en cuenta los votos, sino los escaños (según la Ley Electoral vigente, se puede conseguir una mayoría absoluta de escaños, con una minoría de votos en las urnas, a veces bastante significativa);… y, ante esto, yo no dejo de preguntarme si, en algún momento, su ambición o sus intereses espurios, le permitirán olvidarse de las zanahorias. Me pregunto, también, si la inacción del Gobierno de Mariano Rajoy es debido al temor de las posibles consecuencias de una intervención y si, por este mismo temor, ha redactado esa nueva Ley –tan criticada por la oposición- que advierte a políticos y funcionarios de sus responsabilidades legales con la Constitución. Finalmente, me pregunto qué clase de irresponsabilidad evita a los líderes políticos españoles, hacer piña de una puñetera vez, en un asunto de Estado como este, que es –y debe ser- mucho más importante que cualquier otro de índole electoralista o directriz partidaria.
¿Sabemos, de verdad, a lo que nos estamos arriesgando?…
Ojalá que la cordura se imponga, que los políticos españoles –incluyendo a los catalanes, claro está- actúen generosa, justa y sabiamente, que la Razón y la Información desplomen los parapetos tras los que se esconden los delincuentes y que historias como las del año 1934, nunca vuelvan a repetirse.