Esta semana envío tarde mi artículo. Otras veces ha pasado, pero esta vez es porque me encuentro, literalmente desbordado con los actos de la Cuaresma. No creo que, durante estas fechas, exista un lugar en Andalucía que, en proporción a la población, tenga más actos cuaresmales que Écija. Pero por algo la llaman la “Ciudad de las Torres”, cuenta con cerca de veinte cofradías y con un censo de hermanos de casi veinticinco mil cofrades. Desde luego, aquí llega uno de esos listos a los que se les ha ocurrido proponer la supresión de la Semana Santa basándose en la laicidad del Estado, y va derechito al pilón de Colón o al de Puerta Cerrá, aunque estén más secos que la mojama.
Pero si reflexionamos un poquito, que de eso se trata en estos artículos, la cosa tiene mucha miga por los dos lados; porque si unos pecan de ignorantes resabiados, los otros casi lo hacen de ignorantes conformistas; y, para explicar mi hipótesis, como tengo poco tiempo para el artículo, me permito acudir a un batiburrillo de letras que expuse sobre estas cuestiones y a ver que sale. A fin de cuentas, sigo pensando exactamente lo mismo que cuando las escribí.
En Semana Santa veremos a ese Jesús de Nazaret –para muchos Dios y, para otros solamente un hombre, un revolucionario, un filósofo- pasear con su dolor y con su Cruz a cuestas, en la prodigiosa representación de esa injusta e inhumana Pasión, sometido a tormento (¡mucha atención a esto!) por revolucionario, por pacífico, por atreverse a decirle la verdad a los poderosos, por defender a los indefensos, por atender a los necesitados, por curar a los enfermos,… Y, entonces, volveré a pensar en Jesús de Nazaret y en su Mensaje de Vida, en su Humanismo (en su lucha por la dignidad de cada ser humano), y me preguntaré a qué tipo de gente le interesa que no se hable sobre su vida, que no se represente su gesta, que se descuelguen sus imágenes de las paredes de los colegios y de los lugares donde los justos deberían ejemplarizarse.
El que no haya leído su vida (o el que lo haya hecho y no lo hubiera asimilado), debe saberlo: Jesús advirtió que, tras su resurrección, se quedaría para siempre entre nosotros para SER los marginados del Mundo… y le pidió a sus seguidores –a los cristianos- que cuidaran de Él, a través de ellos. Pues bien: para el que se lo crea, debe suponer un compromiso de acción; y para el que no se lo crea, debería –por lo menos- ser motivo de elogio, ya que no deja de ser un intento de hacer el bien y ejercer la solidaridad con los más necesitados (de hecho, por eso nació Cáritas, Manos Unidas, las misiones,…)
… y, tanto es así que, gracias a esta promesa, ahora -con el buen tiempo-, Jesús para los creyentes no sólo viene mostrándose con su Cruz por nuestras procesiones, sino que vuelve a llegar (como todos los años) dándose costaladas por esa frontera sin alma que separa este mundo nuestro de los azahares, de ese otro mundo suyo habitado sólo por la miseria de tantos necesitados –cristos- que nadie advierte.
Por eso escribo sobre la ignorancia de ambas partes. En este “mundo-nuestro-con-todo”, igual que hay montones de resabiados que confunden las misas y las procesiones con actos fascistas, hay demasiados cristianos de cirio y de capilla que no mueven un dedo, porque todavía no reconocen a Cristo en esta gente que llega de cualquier forma -sin oficio, ni papeles, sólo con sus cruces grandes-, porque se han olvidado de la Justicia que les pide Jesús y rechazan –muchas veces por temor, otras por asco- la miseria de los harapos con los que se nos aparece.
… y, sinceramente, para mí este caso es mucho más grave que el de los tontos siempre a la greña. En este universo nuestro de los nazarenos y las bandas de música y los golpes de pecho, hay todavía demasiada gente que no comprende, se sorprende y se pregunta cómo es posible que haya hombres que arriesguen sus vidas en el salto de una alambrada. No comprenden que hay gente buena que no soporta el hambre de sus hijos. No entienden que hay hombres, sin esperanzas, que se preguntan por qué no nacieron un poquito más al norte.
En este mundo nuestro, donde hay tantos necios que –con sus propuestas, sus gestos y sus vómitos enrabietados- persiguen al Cristo de la Liberación –sin tener ni pajolera idea de quien fue, ni de lo que dijo, ni de lo que hizo, ni de lo que los pide-, muchos de los que nos decimos cristianos, no somos capaces de reconocer a estos cristos sin futuro que, entre escombros, ratas, moscas y hambre, pueden ver en cualquier televisor que, sólo diez kilómetros más allá, se sale del infierno; que, al revolver la esquina, se llega a una tierra donde los hijos de los hombres tienen parques y se ríen por cualquier cosa y hasta pueden comer todos los días. Hombres –cristos vivos- que han visto que, a tiro de piedra, detrás de las alambradas, en las playas que se ven tan cerca, hay otros hombres –como ellos, iguales que ellos- que tienen médicos y paz y futuro y dignidad.
Para los cristianos, para cualquier humanista, los hombres deberían de ser infinitamente más importantes que las fronteras… Porque si hay gente con pan, hay gente sin pan; y si hay gente que vive, hay otra gente que necesita vivir…
He visto y leído muchísimos mensajes en Internet, hablando de los anticlericales y creo que no nos deberían importar tanto los ladridos de cunetas. Para mí, es mucho más importante que, en la permanente Pasión de Cristo, haya cristianos que, muchas veces -¡demasiadas veces!-, sean incapaces de responder, con un mínimo gesto, al mensaje más importante que nos dejó Jesús como legado de Resurrección: ése en el que nos pide que nos convirtamos en los cirineos de estos hombres –de carne y huesos- que SON cristos ciertos… y que no conocen los azahares.